Sin la técnica el hombre no existiría ni habría existido nunca. técnicos, más probable es que la técnica actual se venga al suelo y periclite.
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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 1 JOSÉ ORTEGA Y GASSET MEDITACIÓN DE LA TÉCNICA fiINTRODUCCIÓNfl al curso ¿Qué es la técnica? Señores: Sin la técnica el hombre no existiría ni habría existido nunca. Así, ni más ni menos. El porqué de esto va a constituir el tema de las seis lecciones durante las cuales vamos a vivir trabados ustedes conmigo, yo con ustedes. Porque una lección es eso: enco ntrarse de pronto unos hombres con otro y trabarse con él, chocar con efectos positivos o negativos, pero siempre graves. Una lección es una peripecia de fuerte dramatismo para el que la da y para los que la reciben. Cuando no es esto no es una lección sin o otra cosa Štal vez, un crimen Š porque es una hora perdida y la vida es tiempo limitado y perder un trozo de él es matar vida, practicar asesinato blanco. Como en la Universidad actual Šy conste que no me refiero sólo a la española Š las lecciones no sue len ser eso que he llamado peripecia, quiere decirse que la Universidad es un lugar de crimen permanente e impune. Hace pocos años todavía insinuar esto era completamente inútil. No se encontraban oídos prestos a escuchar pareja advertencia. Hoy las cosas han cambiado. La desazón, la desmoralización reinante en todo el mundo y la fulminante pérdida de prestigio por parte de las Universidades son dos hechos tan patentes y crudos que abren camino a la sospecha de si no estarán en cierta relación el uno con e l otro, es decir, de si los defectos sustantivos de la institución universitaria no serán una de las causas que han producido el terrible desconcierto de la vida europea. No es éste, claro está, el asunto de que voy a hablar pero se interpone desde luego en mi camino. Supongamos que la afirmación con que he comenzado no fuera cierta en su extremo sentido, supongamos que la técnica no fuese consubstancial al hombre sino un añadido que sobre su existencia elemental y primaría ha sobrevenido, o dicho de otro modo: supongamos que el hombre haya podido existir sin técnica Lo que nadie puede dudar es que desde hace mucho tiempo la técnica se ha insertad o entre las condiciones ineludibles de la vida humana de suerte tal que el hombre actual no podría, aunque quis iera, existir sin ella. Es, pues, hoy una de las máximas dimensiones de nuestra vida, uno de los mayores ingredientes que integran nuestro destino. Hoy el hombre no vive ya en la naturaleza sino que está alojado en la sobrenaturaleza que ha creado, en un nuevo día del génesis, la técnica. Pues bien, d ígaseme en qué grado de la enseñanza se pon e el hombre medio en contemplación ante el enorme hecho de la técnica, dentro del cual va sumergida su existencia. En las escuelas especiales, al menos, se enseña a algunos hombres una técnica especial. Pero ni aun en ellas se enseña lo que la técnica representa en la vida humana, su trabazón entre otros factores de ella, su génesis, su evolución, sus condiciones, sus posibilidades y sus peligros. En cuanto a las Univer sidades ni siquiera se habla de la técnica Šes más, se hizo constitutivo de la Universidad el ser la institución docente que excluye de sí la técnica, dejándola centrifugada y como relegada a aquellas escuelas especiales. Parece implicar esto la

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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 2 convicción de que la técnica afecta a servicios particulares y secundarios de a vida en que, ciertamente por fuerza, tienen que ocuparse algunos hombres pero que no atañen al hombre como tal. Los conflictos que hoy la técnica produce en las sociedades humanas, nac idos paradójicamente de la superabundancia de su propia eficiencia, van haciendo caer en la cuenta a los más ciegos de la morbosa lejanía a que la Universidad ha quedado del destino humano, es decir, de la vida real. Quiero hacer constar un hecho estupef aciente y cuya efectividad no podéis negar: ante los más agudos problemas que con trágica intensidad angustian al hombre civilizado el individuo educado por a Universidad se queda paralítico porque no tiene conocimiento alguno de sus factores. Los que más próximos podían considerarse de las materias en que aquellos problemas consisten Šlos economistas Š han dado el ejemplo del más completo fracaso. Los conflictos los han cogido de sorpresa, entre otras razones, porque no tenían contacto verdadero con la técn ica y no incluían en sus previsiones y cálculos los resultados económicos de ésta, no hablemos de sus resultados sociales. Viceversa, los ingenieros, sumergidos cada cual en su tecnicismo especial, sin la educación panorámica y sintética que sólo la Univ ersidad puede dar, eran incapaces de afrontar ni prever el problema que la técnica plantea hoy a la humanidad. En suma, la separación radical entre la Universidad y la ingeniería es una de las grandes ca lamidades que ha acarreado la increíble torpeza que el hombre de hoy está revelando en el tratamiento de sus grandes angustias presentes. Esa separación es funesta, por razones diversas pero complementarias, para a Universidad y para la ingeniería. No se diga que la falta de contacto con la técnica por p arte de la Universidad existió siempre y que, sin embargo, tuvo sus horas de plena eficacia histórica. Reconozco sin escatimaciones esto ú ltimo pero niego que haya paridad entre la situación del hombre entonces y ahora con respecto a la técnica. Mi afirmación es que su falta de contacto con la técnica imprime a la Universidad un carácter abstracto, espectral, sin embrague posible con la vida real. En este orden, nuestra situación es superlativamente peor que la del universitario medieval, por ejem plo. La razón es clara. La porción de técnica que intervenía en la existencia humana hace seis siglos era superlativamente menor que la de hoy. Entonces todavía las actividades no técnicas del hombre contaban mucho más que las técnicas. Una de las muchas c ondescendencias de ello era que todo hombre tenía que ejercitar por sien la vida muchos más actos técnicos que hoy. Hoy, precisamente, el progreso de a técnica permite que nos sean dadas hechas innumerables cosas que antes cada cual tenía que hacerse o, po r lo menos, intervenir en su factura. Hoy nos es dado hecho hasta subir la escalera, por medio del ascensor. De modo que la Universidad medieval Šque entre paréntesis, no pretendía ser lo que la actual Š no necesitaba ocuparse de la técnica: 1 º, porque el estrato de ésta incorporado a la vida humana no tenía espesor suficiente para convertirse, a su vez, en un problema cuyo tratamiento exigiese una técnica especial y consecuentemente una especial pedagogía y 2 º, porque de hecho la vida extrauniversitaria p onía suficientemente en contacto con la técnica sencilla, transparente del tiempo. El señor feudal, por ejemplo, veía herrar sus caballos, labrar sus tierras, moler e l molino banal y moler sus batanes. Hoy no sólo no se suele ver funcionar las técnicas cor respondientes, sino que la mayor parte de ellas son invisibles, quiero decir que su espectáculo no descubre su realidad, no la hace int eligible. Ver una fábrica podrá dejar una impresión

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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 3 estética, emotiva pero no enseña congruentemente lo que es la técnica de esa fábrica, como ver un automóv il no descubre el complicado plan de su maquinaria. Esto trae consigo que contra lo que al pronto pueda parecer, la colocación del hombre actual ante su propia vida es más irreal, más inconsciente que la del hombre med ieval ya que tiene menos noción que aquél de las condiciones bajo las cuales vive. Así, por ejemplo, los socios de una Casa del Pueblo tienen hoy mucho menos conocimiento de las condiciones de que depende su trabajo que el artesano medieval. De donde resu lta que al hombre medio se le ha hecho hoy su propia vida menos transparente que lo que la suya era al hombre en otros tiempos. La técnica cuya misión es resolverle al hombre problemas se le ha convertido de pronto en un nuevo y gigantesco pro ble ma. Desde fines del siglo XIX pudo preverse que esto iba a acontecer. Y, en efecto, no pocas gentes quisieron reformar la educación y especialmente la Universidad ajustándola a esos nuevos problemas de la vida humana. Pero no se les hizo caso y la reforma no s e hizo a tiempo. La Universidad siguió anquilosada en su tradición, creyendo que su misión central era hacer latinistas o helenistas. Es penoso observar a lo largo de la historia la incapacidad de las sociedades humanas para reformarse. Triunfa en ellas o a terquedad conservadora o la irresponsabilidad y ligereza revolucionarias. Muy pocas veces se impone el sentido de la reforma a punto que corrige la tradición sin desarticularla, poniendo al día los instrumentos y las instituciones. Los que se hubieran hecho la ilusión de que la Europa de nuestro tiempo había llegado a una altitud de visión quela permitiría eliminar los errores elementales del pasado han tenido que perderla a estas horas. Pero perderla ilusión no es perder la esperanza. La Europa de ho y Šoigan bien los jóvenes esta esencial perogrullada Š no es más que la Europa de hoy: no está dicho que sea la de mañana, y muchas veces se ha visto que la postura adoptada en un hoy por el hombre, con el más aparente ardor, se reveló luego como un nuevo r odeo necesario para poder llegar a otra postura muy distinta pero ya sustantiva en el mañana. La historia humana, vista en su auténtica intimidad es una serie de experiencias encadenadas, una dialéctica de experiencias. Así en política se vive durante un p eriodo la experiencia de cierto tipo de Estado. Esto implica que, por lo pronto, parece definitivo ese tipo de Estado. Por eso se embarca en él y a fondo la sociedad. Ese embarque de nuestra vida individual o colectiva en un cierto molde es precisamente la experiencia histórica. Sólo embarcados a fondo en él podemos llegar a descubrir sus limitaciones y sus inconvenientes, y este descubrimiento es la nueva experiencia, dialécticamente encadenada con la anterior: es la experiencia que lleva al desembarque. E l navío usado ya se abandona y queda franco el hombre para entusiasmarse con otro molde que se presenta sin los inconvenientes de aquél. Esta serie de moldes vitales en que vierte el hombre el metal fundido de su existencia forma, como he dicho, una cadena necesaria de experiencias, no se puede saltar ninguno de sus eslabones. Una experiencia no hecha se venga siempre, queda sin digerir y en la hora más inoportuna reclama sus derechos. Por eso, es imposible sumarizar el proceso de la vida histórica, pretend iendo suprimir algunos de sus estadios. Ahora bien, esto no quiere decir Šy es a lo que iba Š que porque sea necesaria la cadena entera de las experiencias tienen todas éstas el mismo valor y. hasta puede agregarse, la misma realidad. Esto significaría que todas las épocas históricas son exce lentes. No: hay experiencias frívolas, insustanciales pero que, no obstante, necesitan ser hechas precisamente para que quede demostrada su insustancialidad. Así hay tipos de Estado en que la humanidad ha vivido durante muchas generaciones y en cambio, otros que

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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 4 han durado sólo una generación y a veces menos. A posibilidades de esta índo le me refería cuando hace un momento dije que la Europa de hoy no es más que la de hoy y no está dicho que sea la de mañana. Quede, pues, en pie e intacta la esperanza. Una esperanza actuosa, que empiece desde luego a preparar la mañanada. Por lo pronto, en lo que más cerca está de nosotros, la Universidad. Hagamos ensayos de nueva Universidad. Palpando aquí y allá, tratemos de encontrar mo dos más eficaces de institución docente superior Esta Universidad estiva l puede ser laboratorio oportunísimo para algunos de esos ensayos Šse entiende, si hay constancia en la atención que año tras año se preste a este organismo. Sería demasiada majadería que se nos exigiese desde este primer año haber acertado en toda línea de sus propósitos ya es algo, para constreñirme a mi asunto, que por vez primera se h aya puesto en contacto dentro de ella la cultura universitaria con la ingeniería, es decir, con la técnica por antonomasia. Las razones más hondas y firmes que abonan a conveniencia de ello irán apareciendo a lo largo de este breve curso y cons tituirán e n cierto modo el contrapunto pedagógico y aun político que va a acompañar a la melodía de cuestiones sonantes bajo el título: ¿Qué es la técnica? MEDITACIÓN DE LA TÉCNICA I PRIMERA ESCARAMUZA CON EL TEMA Uno de los temas que en los próximos años se va a debatir con mayor brío es el del sentido, ventajas, daños y límites de la técnica. Siempre he considerado que la misión del escritor es prever con holgada anticipación lo que va a ser problema, años más tarde, para sus lectores y proporcionarles a tiempo, es decir, antes de que el debate surja, ideas claras sobre la cuestión, de modo que entren en el fragor de la contienda con el ánimo sereno de quien, en principio, ya a tiene resuelta. On ne doit écrire que pour faire connaître la vér ité Šdecía Malebranche volviendo la espalda a la literatura. Hace mucho tiempo, dándose o no cuenta de ello , el hombre occidental no espera nada de a literatura y vuelve a sentir hambre y sed de ideas claras y distintas sobre la s cosas importantes. Así ahora me atrevo a remitir a La Nación las notas, nada literarias, de un curso universitario dado hace dos años, en que se intentaba contestar a esta pregunta: ¿Qué es la técnica? Intentemos un primer ataque, aun tosco y desde l ejos, a esa interrogación. Acontece que cuando llega el invierno, el hombre siente fr ío. Este «sentir frío el hombre » es un fenómeno en que aparecen unidas dos cosas muy distintas. Una, el hecho de que el hombre encuentre en torno a sí esa realidad llamada frío. Otra, que esa realidad le ofende, que se presenta ante él con un carácter negativo. ¿Qué quiere decir aquí neg ativo? Algo muy claro. Tomemos el caso extremo. El frío es tal que el hombre se siente morir, esto es, siente que el frío le mata, le aniquila, le niega. Ahora bien; el hombre no quiere morir, al contrario, normalmente anhela pervivir Estamos tan habituado s a experimentar en los demás y en nosotros este deseo de vivir, de afirmarnos frente a toda circunstancia negativa, que nos cuesta un poco caer en la cuenta de lo extraño que es, y nos parece absurda o tal vez ingenua la pregunta: ¿Por qué el hombre prefi ere vivir a dejar de ser? Y, sin embargo, se trata de una de las

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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 5 preguntas más justificadas y discretas que podamos hacernos. Suele sal írsele al pa so hablando del instinto de conservación. Pero acaece: 1 º, que la idea de instinto es en sí misma muy oscura y nada esclarecedora; 2 º, que aunque fuese clara la idea, es cosa notoria que en el hombre los instintos están casi borrados, porque el hombre no vive, en definitiva, de sus instintos, sino que se gobierna mediante otras facultades como la reflexión y la v oluntad, que reobran sobre los instintos. La prueba de ello es que algunos hombres prefieren morir a vivir y, por los motivos que sean, anulan en si ese supuesto instinto de conservación. Es, pues, fallida la explicación por el instinto. Con él o sin él desembocamos siempre en que el hombre pervive porque quiere y esto es lo que despertaba en nosotros una curiosidad acaso impertinente. ¿Por qué normalmente quiere el hombre vivir? ¿Por qué no le es indiferente desaparecer? ¿Qué empeño tiene en estar en el mundo? Nosotros vamos ahora a soslayar la respuesta. Nos basta, al menos por hoy, con partir del hecho bruto: que el hombre quiere vivir y, p orque quiere vivir, cuando el frío amenaza con destruirle, el hombre siente la necesidad de evitar el frío y prop orcionarse calor. El rayo de la tormenta invernal incendia una punta del bosque: el hombre entonces se acerca al fuego benéfico que el azar le ha proporcionado para calentarse. Calentarse es un acto por el cual el hombre subviene a su necesidad de evitar e l frío , aprovechando sin más el fuego que encuentra ante si. Digo esto con el azoramiento con que se dice siempre una perogrullada. Sin embargo, nos conviene Šya lo verán ustedes Š esta humildad inicial que nos empareja con Perogrullo. Ahora no vaya a resul tar que encima de decir perogrulladas las digamos sin entenderlas. Eso sería el colmo, un colmo que con gran frecuencia practicamos. Conste, pues, que calentarse es la operación con la cual procuramos recibir sobre nosotros un calor que está ya ahí, que en contramos Šy que esa operación se reduce a ejercitar una actividad con que el hombre se encuentra dotado desde luego: la de poder caminar y así acercarse al foco caliente. Otras veces el calor no proviene de un incendio, sino que el hombre , transido de frí o, se guarece en una caverna que encuentra en su paisaje. Otra necesidad del hombre es alimentarse, y alimentarse es coger el fruto del árbol y comérselo, o bien la raíz masticable, o bien el animal que cae bajo la mano. Otra necesidad es beber, etcétera . Ahora bien; la satisfacción de estas necesidades suele imponer otra necesidad: la de desplazarse, caminar, esto es, suprimir las distancias, y como a veces importa que esta supresión se haga en muy poco tiempo, necesita el hombre suprimir tiempo, acort arlo, ganarlo. Lo inverso acontece cuando un enemigo Šla fiera u otro hombre Š pone en peligro su vida. Necesita huir , es decir, lograr en el menor tiempo la mayor distancia. Siguiendo por este modo llegaríamos, con un poco de paciencia, a definir un sistem a de necesidades con que el hombre se encuentra. Calentarse, alimentarse, caminar, etcétera, son un repertorio de actividades que el hombre posee, desde luego, con que se encuentra lo mismo que se encuentra con las necesidades a que ellas subvienen. Con ser todo esto tan obvio que Šrepito Š da un poco de vergüenza enunciarla, conviene reparar en el significado que aquí tiene el término necesidad. ¿Qué quiere decir que el calentarse, alimentarse, caminar, son necesidades del hombre? Sin duda que son ellas condiciones naturalmente necesarias para vivir. E l hombre reconoce esta necesidad material u objetiva y porque la reconoce la siente subjetivamente como necesidad. Pero nótese que esta su necesidad es puramente condicional. La piedra suelta en el aire cae necesariamente, con necesidad categórica o incondicional. Pero el hombre puede muy bien no alimentarse, como ahora el mahatma Gandhi. No es pues el alimentarse necesario por sí, es necesario para vivir. Tendrá, pues, tanto de necesidad

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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 6 cuanto sea necesario vivir si se ha de vivir. Este vivir es, pues, la necesidad originaria de que todas las demás son meras consecuencias . Ahora bien: ya hemos indicado que e l hombre vive porque quiere. La necesidad de vivir no le es impuesta a la fuerza, como le es impuesto a la materia no poder aniqui larse. La vida Šnecesidad de las necesidades Š es necesaria sólo en un sentido subjetivo; simplemente porque el hombre decide autocráticamente vivir. Es la necesidad creada por un acto de voluntad, acto cuyo sentido y origen segu iremos soslayando y de que partimos como de un hecho bruto. Sea por lo que sea, acontece que el hambre suele tener un gran empeño en pervivir, en estar en el mundo, a pesar de ser el único ente conocido que tiene la facultad Šontológica o metafísicamente t an extraña, tan paradójica, tan azorante Š de poder aniquilarse y dejar de estar ahí, en el mundo. Y por lo visto ese empeño es tan grande, que cuando el hombre no puede satisfacer las necesidades inherentes a su vida, porque la naturaleza en torno no le presta los medios inexcusables, e l hombre no se resigna. Si, por falta de incendio o de caverna, no puede ejercitar la actividad o hacer de calentarse, o por falta de frutos, raíces, animales, la de alimentarse, el hombre pone en movimiento una segunda lín ea de actividades: hace fuego, hace un edificio, hace agricultura o cacería. Es el caso que aquel repertorio de necesidades y el de actividades que las satisfacen directamente aprovechando los medios que están ya ahí cuando están, son comunes al hombre y a l animal. Lo único de que no podemos estar seguros es de si el animal tiene el mismo empeño que el hombre en vivir. Se dirá que es imprudente y hasta injusta esta duda. ¿Por qué el animal ha de tener menos apego a la vida que el hombre? Lo que pasa es que no tiene las dotes intelectuales del hombre para defender su vida. Todo esto es probablemente muy discreto, pero una consideración un poco cautelosa, que se atiene a los hechos, se encuentra irrefragablemente con que el animal, cuando no puede ejercer la a ctividad de su repertorio elemental para satisfacer una necesidad Špor ejemplo, cuando no hay fuego ni caverna Š, no hace nada más y se deja morir . El hombre, en cambio, dispara un nuevo tipo de hacer que consiste en producir lo que no estaba ah í en la natu raleza, sea que en absoluto no esté, sea que no está cuando hace falta. Naturaleza no significa aquí sino lo que rodea al hombre, la circunstancia. Así hace fuego cuando no hay fuego, hace una caverna, es decir, un edificio, cuando no existe en el paisaje, monta un caballo o fabrica un automóvil para suprimir espacio y tiempo. Ahora bien; n ótese que hacer fuego es un hacer muy distinto de calentarse, que cultivar un campo es un hacer muy distinto de alimentarse, y que hacer un automóv il no es correr . Ahora empieza a verse por qué antes tuvimos que insistir en la perogrullesca definición de calentarse, alimentarse y desplazarse. Calefacción, agricultura y fabricación de carros o automóviles no son, pues, actos en que satisfacemos nuestras necesidades, sino que, por el pronto, implican lo contrario: una suspensión de aquel repertorio primitivo de haceres en que directamente procuramos satisfacerlas. En definitiva, a esta satisfacción y no a otra cosa va este segundo repertorio, pero Šahí está Š supone él una c apacidad que es precisamente lo que falta al animal. No es tanto inte ligencia lo que le falta Šsobre esto ya hablaremos algo, si hay tiempo Š como el ser capaz de desprenderse transitoriamente de esas urgencias vitales, despegarse de ellas y quedar franco para ocuparse en actividades que, por sí, no son satisfacción de necesid ades. El animal, por el contrario, está siempre e indefectiblemente prendido a ellas. Su existencia no es más que el sistema de esas necesidades elementales que llamamos orgánicas o biológicas y el sistema de actos que las satisfacen. El ser del animal coi ncide con ese doble sistema o, dicho en otro giro, el anima l no es más que eso. Vida, en el sentido biológico u orgánico de la palabra, es eso.

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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 8 definir, como la reforma que el hombre impone a la naturaleza en vista de la satisfacción de sus necesidades. Éstas, hemos v isto, eran imposiciones de la naturaleza al hombre. El hombre responde imponiendo a su vez un cambia a la naturaleza. Es, pues, la técnica, la reacción enérgica contra a naturaleza o circunstancia que lleva a crear entre ésta y el hombre una nueva naturale za puesta sobre aquélla, una sobrenaturaleza. Conste, pues: la técnica no es lo que el hombre hace para satisfacer sus necesidades. Esta expresión es equívoca y valdría también para el repertorio biológico de los actos animales. La técnica es la reforma de la naturaleza, de esa naturaleza que nos hace necesitados y menesterosos, reforma en sentido tal que las necesidades quedan a ser posible anuladas por dejar de ser problema su satisfacción. Si siempre que sentimos frío a naturaleza automáticamente pusiese a nuestra vera fuego, es evidente que no sentiríamos a necesidad de calentarnos, como normalmente no sentimos la necesidad de respirar, sino que simplemente respiramos sin sernos ello problema alguno. Pues eso hace la técnica, precisamente eso: ponernos e l calor junto a la sensación de frío y anular prácticamente ésta en cuanto necesidad, menesterosidad, negación, problema y angustia. Quede aquí esta primera y tosca aproximación a la pregunta: ¿Qué es la técnica? Pero ahora, una vez lograda esa aproximac ión, es cuando empiezan a complicarse las cosas y a ponerse un tanto divertidas, como veremos en las lecciones próximas. II EL ESTAR Y EL BIENESTAR. Š LA «NECESIDAD» DE LA EMBRIAGUEZ. Š LO SUPERFLUO COMO NECESARIO. Š RELATIVIDAD DE LA TÉCNICA Enhebremos con la lección anterior Actos técnicos Šdecíamos Š- no son aquéllos en que el hombre procura satisfacer directamente las necesidades que la circunstancia o naturaleza le hace sentir, sino precisamente aquéllos que llevan a reformar esa circunstancia eliminando en lo posible de ella esas necesidades, suprimiendo o menguando el azar y el esfuerzo que exige satisfacerlas. Mientras el animal, por ser até cnico, tiene que arreglárselas con lo que encuentra dado ahí y fastidiarse o morir cuando no encuentra lo que necesita, el hombre, mer ced a su don técnico, hace que se encuentre siempre en su derredor lo que ha menester Šcrea, pues, una c ircunstancia nueva más favo rable, segrega, por decirlo así una sobrenaturaleza adaptando la naturaleza a sus necesidades. La técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, puesto que es la adaptación del medio al sujeto. Ya esto bastaría para hacernos sospechar que se trata de un movimiento en dirección inversa a todos os biológicos. Esta reacción contra su contorno, este no resignarse contentándose con lo que el mundo es, es lo especifico del hombre. Por eso , aun estudiado zoológicamente, se reconoce su presencia cuando se encuentra la naturaLeza deformada, por ejemplo, cuando se encu entran piedras labradas , con pulimento o sin él, es decir, utensilios. Un hombre sin técnica, es decir , sin reacción contra el medio, no es un hombre. Pero hasta ahora se nos presentaba la técnica como una reacción a las necesidades orgánicas o biológicas. Recuerden ustedes que insistí en precisar el sentido del término «necesidad». Alimentarse era necesidad porque era condición sine qua non de la vida ,

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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 9 es decir , del poder estar en el mund o. Y el hombre tiene, por lo visto, un gran empeño en estar en el mundo. Vivir, perdurar, era la necesidad de las necesidades. Pero es el caso que la técnica no se reduce a facilitar a satisfacción de necesidades de ese género. Tan antiguos como los inve ntos de utensilios y procedimientos para calentarse, alimentarse, etcétera, son muchos otros cuya finalidad consiste en proporcionar al hombre cosas y situaciones innecesarias en ese sentido. Por ejemplo, tan viejo y tan extendido como el hacer fuego es el embriagarse Šquiero decir, el uso de procedimientos o sustancias que ponen al hombre en estado psicofisiológico de exaltación deliciosa o bien de delicioso estupor. La droga, el estupefaciente , es un invento tan primitivo como el que más. Tanto , que no es cosa clara, por ejemplo, si el fuego se inventó primero para evitar el frío Šnecesidad orgánica y condición sine qua non Š o más bien para embriagarse. Los pueblos más primitivos usan las cuevas para encender en ellas fuego y ponerse a sudar en forma ta l que entre el humo y el exceso de temperatura caen en trance de cuasi embriaguez. Es lo que se ha llamado las «casas de suda r». Resulta inacabable la lista de procedimientos hipnóticos, fantásticos Šes decir, productores de imágenes deliciosas, de excitan tes que dan placer al ejercitar un esfuerzo. Así , entre estos últimos, el «Kat» del Yemen y Etiopía, que hace grato el andar cuanto más se anda por los efectos de aquella sustancia en la próstata. Entre lo «fantástico» recuérdese la coca del Perú, el be leño, el estramonio o datura, etcétera. Parejamente discuten los etnólogos si es el arco de caza y guerra o el arco musical a forma primigenia del arco. La solución del debate no es cosa que ahora nos importe. El simple hecho de que quepa discutirlo demuest ra que, sea o no el musical e l arco originario, aparece entre los instrumentos más primitivos. Y esto nos basta. Porque ello nos revela que el primitivo no sentía menos como necesidad el proporcionarse ciertos estados placenteros que el satisfacer sus ne cesidades mínimas para no morir; por lo tanto, que desde el principio, el concepto de «necesidad humana » abarca indiferentemente lo objetivamente necesario y lo superfluo. Si nosotros nos comprometiésemos a distinguir cuáles de entre nuestras necesidades s on rigorosamente necesarias, ineludibles, y cuáles superfluas, nos veríamos en el mayor aprieto. Pues nos encontraríamos: 1 º Con que ante las necesidades que pensando a priori parecen más elementales e ineludibles Š alimento, calor, por ejemplo Š, tiene el hombre una elasticidad incre íble . No sólo por fuerza sino hasta por gusto reduce a límites increíbles la cantidad de alimento y se adiestra a sufrir fríos de una intensidad superlativa. 2º En cambio, le cuesta mucho o sencillamente no logra prescindir de ciertas cosas superfluas y cuando le faltan prefiere morir. 3 º De donde se deduce que el empeño del hombre por vivir, por estar en el mundo, es inseparable de su empeño en estar bien. Más aún: que vida significa para él n o simple estar, sino bienestar, y que sólo siente como necesidades las condiciones objetivas del estar, porque éste, a su vez, es supuesto del bienestar. E l hombre que se convence a fondo y por completo de que no puede lograr lo que él llama bienestar, por lo menos una aproximación a ello, y que tendría que contentarse con el simple y nudo estar, se suicida. El bienestar y no el estar es la necesidad fundamental para el hombre, la necesidad de las necesidades. Con lo cual llegamos a un concepto de necesidade s humanas comp letamente distinto del que en el artículo anterior topamos, y además opuesto al que, por insuficiente análisis y descuidada meditación, suele adoptarse. Los libros sobre técnica que he leído Štodos indignos, por cierto, de su enorme tema Š comienzan por no hacerse cargo de que el concepto de «necesidades humanas» es el más importante para aclarar lo que es a técnica. Todos esos libros, como no podía menos de ser, hacen uso de la idea de esas

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ORTEGA Y GASSET – Meditación de la técnica 10 necesidades, pero como no ven su decisiva importancia , lo toman según está en la tópica ambiente. Precisemos, antes de proseguir, la situación a que hemos llegado: en la lección anterior considerábamos el ca lentarse y el alimentarse como necesidades humanas, por ser condiciones objetivas del vivir, en el s entido de mero existir y simple estar en el mundo. Son, pues, necesarias en la medida en que sea al hombre necesario vivir Y notábamos que, en efecto, el hombre mostraba un raro y obstinado empeño en vivir. Pero esta expresión, ahora lo advertimos, era equ ívoca. El hombre no tiene empeño alguno por estar en el mundo. En lo que tiene empeño es en estar bien, sólo esto le parece necesario y todo lo demás es necesidad sólo en la medida en que haga posible el bienestar. Por lo tanto, para el hombre sólo es nece sario lo objetivamente superfluo. Esto se juzgará paradójico, pero es la pura verdad. Las necesidades biológicamente objetivas no son, por sí, necesidades para él. Cuando se encuentra atenido a ellas se niega a satisfacerlas y prefiere sucumbir Sólo se con vierten en necesidades cuando aparecen como condiciones del estar en el mundo, que a su vez sólo es necesario en forma subjetiva; a saber, porque hace posibles el «bienestar en e l mundo» y la superfluidad. De donde resulta que hasta lo que es objetivamente necesario sólo lo es para el hombre cuando es referido a la superfluidad. No tiene duda: el hombre es un animal para el cual sólo lo superfluo es necesario. Al pronto parecerá a ustedes esto un poco extraño y sin más valor que el de una frase, pero si rep iensan ustedes la cuestión verán cómo por sí mismos, inevitablemente, llegan a ella. Y esto es esencial para entender la técnica. La técnica es la producción de lo superfluo: hoy y en la época paleolítica. Es, ciertamente, el medio para satisfacer las nece sidades humanas. Ahora podemos aceptar esta fórmula que ayer rechazábamos, porque ahora sabemos que las necesidades humanas son objetivamente superfluas y que sólo se convierten en necesidades para quien necesita el bienestar y para quien vivir es esencial mente vivir bien. He aquí por qué el anima l es atécn ico: se contenta con vivir y con lo objetivamente necesario para el simple existir. Desde el punto de vista del simple existir el animal es insuperable y no necesita la técnica. Pero el hombre es hombre p orque para él existir significa desde luego y siempre bienestar; por eso es a nativitate técnico creador de lo superfluo. Hombre, técnica y bienestar son, en última instancia, sinónimos. Otra cosa leva a desconocer e l tremendo sentido de la técnica: su significación como hecho absoluto en el universo. Si a técnica consistiese so lo en una de sus partes Šen resolver más cómodamente las mismas necesidades que integran la vida del animal y en el mismo sentido que puedan serlo para éste Š, tendríamos un doblet e extraño en el universo: tendríamos dos sistemas de actos Šlos instintivos del animal y tos técnicos del hombre Š, que siendo tan heterogéneos servirían, no obstante, la misma finalidad: sostener en el mundo al ser orgánico. Porque el caso es que el animal se las arreg la perfectamente con su sistema, esto es, que no se trata de un sistema defectuoso, en principio. No es ni más ni menos defectuoso que el del hombre. Todo se aclara en cambio si se advierte que las finalidades son distintas: de un lado servi r a la vida orgánica, que es adaptación del sujeto al medio, simple estar en la naturaleza. De otro, servir a la buena vida, al bienestar, que implica adaptación del medio a a voluntad del sujeto. Quedamos, pues, en que las necesidades humanas lo son sól o en función del bienestar. Sólo podremos entonces averiguar cuáles son aquéllas si averiguamos qué es lo que el hombre entiende por su bienestar Y esto complica formidablemente las cosas. Porque.., vaya usted a saber todo lo que el hombre ha entendido, en tiende o entenderá

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