by MIG García · Cited by 2 — La concepción de la tecnología como ciencia aplicada es habitual en el ámbito académico. Desde esta perspectiva, la tecnología es un conocimiento práctico que (

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 1 de 16 Las concepciones de la tecnologia* Marta I. González García, José A. López Cerezo, José L. Luján López No es difícil reconocer la importancia que la tecnología tiene hoy en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Basta con echar una mirada a nuestro alrededor. Por esto, es sorprendente que el estudio del fenómeno tecnológico haya suscitado tradicionalmente tan poco interés académico. Existen, sin embargo, razones que pueden explicar que el estudio de la tecnología haya sido relegado frente, por ejemplo, al estudio de la ciencia en humanidades y ciencias sociales. Las concepciones de la tecnología como ciencia aplicada o como meros instrumentos han contribuido, sin duda, a considerar de escasa importancia el análisis de la tecnología (Luján López, 1989; Sanmartín, 1988 y 1990). Si la tecnología no es más que ciencia aplicada, lo que se debe hacer es analizar el proceso científico, ya que esto nos dará la clave para entender la tecnología. Si la ciencia es valorativamente neutral, entonces los artefactos resultantes de su aplicación también lo son: será más bien el uso que se haga de ellos lo que plantee problemas éticos, políticos y sociales. Teniendo en cuenta todo esto no es difícil entender por qué el análisis de la tecnología en general y el estudio filosófico de la tecnología en particular se ha visto frenado hasta hace pocas décadas. El objetivo de este capítulo es doble. Por una parte, realizar un análisis crítico de algunas concepciones anacrónicas de la tecnología, como la artefactual y la intelectualista. No se trata realmente de teorías bien articuladas acerca de la naturaleza de la tecnología, sino más bien de imágenes populares arraigadas en el público en general, presentes con frecuencia en el mensaje de divulgadores científicos y presupuestas implícitamente por un buen número de expertos. Consideramos que estas concepciones, con su defensa de la autonomía y neutralidad de la ciencia y la tecnología, han favorecido una determinada imagen de la evolución de la tecnología que mantiene el dilema, erróneo, de eficacia interna versus interferencia externa, dando lugar a una determinada concepción de la evaluación de tecnologías que sustenta, a su vez, un modelo tecnocrático de ordenamiento político (Ilerbaig y Luján López, 1990; López Cerezo, 1993). Contra estas concepciones defenderemos, por otra parte, una concepción amplia de la tecnología como formas de organización social. Consideramos que esta nueva imagen constituye una base adecuada para la defensa de una concepción de la evaluación de tecnologías que permita la participación democrática de los ciudadanos. * Este capítulo ha sido elaborado con la colaboración de M.I. de Melo Martín.

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 2 de 16 Concepción intelectualista de la tecnología La concepción de la tecnología como ciencia aplicada es habitual en el ámbito académico. Desde esta perspectiva, la te cnología es un conocimiento práctico que (al menos desde finales del siglo XIX) se deriva directamente de la ciencia, del conocimient o teórico. La historia que la respalda es bien conocida. Las teorías se consideran fundamentalmente conjuntos de enunciados que tratan de explicar, mediante argumentos causales, el mundo natural. Son objetivas, racional es y libres de cualquier valor externo a la propia ciencia, es decir, neutrales. El de sarrollo del conocimient o científico se concibe como un proceso progresivo y acumulativo, articulado a través de teorías cada vez má s amplias y precisas que van subsumiendo y sustit uyendo a la ciencia del pas ado. Las teorías pueden, en algunos casos, aplicarse, obtenien do así tecnologías, pero la ciencia pura no tiene nada que ver, en principio, con la tec nología. Las teorías científicas son previas a cualquier tecnología, de manera que no existe tecnol ogía sin teoría, pero pueden existir teorías sin contar con tecnologías. MUNDOS ACADEMICOS. Sin llegar a defender su neutralidad valo rativa, Mario Bunge (1980: cap. 13; 1989: cap. 20) es un destacado representante de la concepción de la tecnología como un cuerpo de conocimiento que re sulta eventualmente de la aplicación de la ciencia. Bunge, no obstante, pertenece al reducido ámbi to académico de la filosofía de la ciencia y la tecnología. Un ámbito académico sin duda más amplio, e influyente, es el constituido por los propios cient íficos e ingenieros. En este caso, los intérpretes de la naturaleza de la tecnología son aquellos colegas dedicados a la divulgación científica. Entre los autores conocidos internacionalmente que asumen o defienden explícitamente una concepción intelectualista de la tecnología, destacan Carl Sagan ( e.g. 1974: cap. 4) e Isaac Asimov ( e.g. 1983: Parte IV). Véase también Godman y Denney (1985: 33) como ejemplo de manual de consulta donde se as ume la concepción comentada. Si las teorías son valorativa mente neutrales, suele defenders e en esta concepción, no es entonces posible exigir responsabilidad a los científicos cuando éstas son puestas en práctica. En todo caso, si hubiese que exigir algún tipo de responsabilidad, ésta debería recaer sobre quienes hacen uso de la ciencia aplicada, es decir de las tecnologías. Y aun entonces, las tecnologías mismas, en tanto qu e formas de conocimiento, quedarían fuera de la esfera valorativa. Científicos e ingenieros, políticos y legisladores, defi enden habitualmente la neutralidad de la ciencia y se escudan en su autoridad para justificar determ inadas acciones. La ciencia “pura”, con sus criterios de racionalidad y obj etividad, está fuera de las influencias de cualquier juicio de valor, prejuicios culturales o intereses políticos, y no tiene nada que ver con el uso de las posible s aplicaciones que de ella puedan derivarse. Sin embargo, como hemos discutido anteriormente (capítulos 2 y 3) y se halla suficientemente argumentado en la literatura CTS ( e.g. , Barnes, 1982; Longino, 1990a), la ciencia pura no deja de ser un mito por más que se apele a ella en la divulgación científica y el discurso político. Técnica y teoría han estado íntimament e unidas desde los orígenes de nuestra cultura. La separación entre estas dos actividades no ha sido nunca nítida, pero desde la Revolución Industrial y la consagración de la ciencia institucionalizada, la división es insostenible. Necesidades y disponibilidades técnicas seleccionadas por intereses particulares han influido pode rosamente en el desarrollo del conocimiento científico,

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 3 de 16 promocionando determinados prog ramas de investigación y bloqueando otros. De un modo complementario, toda teoría científica tiene un rango de aplicabilidad, aunque en ocasiones sea difícil apreciarlo pros pectivamente. La selección de unas teorías en vez de otras restringe y condiciona las formas de acción instrumental que pueden emplearse (véase el capítulo 13). Por otra parte, los intereses pol íticos, económicos, ideol ógicos o sociales han orientado y orientan de terminados programas de investigac ión, fomentado ciertas políticas científico-tecnológicas o apoyado determinadas lín eas de conocimiento; elecciones que condicionan, en gran medi da, el carácter de las tecnologías diseñadas bajo su influencia (véase el capítulo 14). Concepción artefactual de la tecnología La concepción artefactual o instrume ntalista de la tecnología es la visión más a rraigada en la vida ordinaria. Se considera que las tecnologías son simples herramientas o artefactos construidos para una dive rsidad de tareas. Sost ener esta concepción implica afirmar que no existe una diferencia esencial entre los útiles de piedr a de la antigüedad y los modernos artefactos tecnológicos. Ciertamente, la tecnología moderna tien e una estructura más compleja, pero eso no supone un cambio fundamental. Desde esta perspectiva, es natural ver en la tecnología algo valorativamente neutral. Los artefact os tecnológicos pueden usarse bien o mal, pero es su uso lo que puede ser impropi o, no el artefacto en sí mismo. Por supuesto, las tecnologías pueden tener algunos efectos perjudiciales, la contaminación por ejemplo, pero esto no es culpa de la tecnología sino de u na equivocada política social o de una falta de sofist icación que puede corregirse cons truyendo mejores artefactos. Se considera que la tecnología es independiente de cualquier sistem a político o social, de esta forma, cualquier tecnología puede ser transferida de un país a otro sin más dificultad que la concerniente a la financiación. Las tecnologías so n neutrales porque permanecen esencialmente bajo las mism as normas de eficacia inde pendientemente del contexto cultural, político o econó mico en el que se dan. Esta visión reduccionista de la tecnología impide su análisis crítico e ignora las intenciones e intereses sociales, económicos y políticos de aquello s que diseñan, desarrollan, financian y controlan la tecnología. La tecnología, co mo la ciencia, no es ne utral. Un artefacto tan aparentemente inocuo como un puente puede estar cargado de política, tal como muestra Langdon Winner (1986) en su conocido ejemplo de los puentes de L ong Island, Nueva York. Muchos de los puentes sobre paseos de Long Isla nd son notablemente bajos, con apenas tres metros de altura . Robert Moses, arquitecto de N ueva York responsable de esos puentes, así como de otros muchos parques y carretera s neoyorquinas desde 1920, tenía un claro propósito al diseñar lo s doscientos pasos elevados de Long Island. Se trataba de reservar los paseos y playas de la zona a blancos acomodados poseedores de automóviles. Los autobuses que podían transportar a pobres y negros, con sus cuatro metros de altura, no podían llegar a la zo na. Más adelante, Moses se aseguró de ello al vetar una propuesta de extensión del ferrocarril de Long Island hasta Jones Beach (véase Winne r, 1986: cap. 2). También un edificio tiene una estructura política, como re vela el diseño de numerosos edificios universitarios en la España franquista: un pequeño número de vías de acceso, a pesar de dificultar el tránsito en un edificio de uso público ma sivo, permite ta mbién un mejor control de la policía en caso de disturbios.

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 4 de 16 Otro tanto podríamos decir de tecnologías social es como la del sistema impositivo. A través de un complejo entram ado de impuestos direct os e indirectos, el Estado no solamente contribuye (idealmente) a prom over la justicia distributiva y proveer a los ciudadanos de servicios básicos, también model a sus formas de vida y relaciones interpersonales a través de la promoción de determinados hábitos y co stumbres y la obstaculización de otros. Por otra parte, existen tambi én tecnologías inherentemente políticas; es de cir, algunas tecnologías son, en determinadas circunstancias sociales, más compat ibles con unos modelos particulares de autoridad y poder que c on otros alternativos. Ba sar, por ejemplo, el suministro energético de un país en la energí a nuclear es también, entre otras cosas, crear una estructura altamente centralizada y jerarqui zada que gestione tan preciado y peligroso bien. Supone reforzar determi nada concepción antidemocrática sobre la estructura y distribución del poder (v éase Winner, 1986). Simplemente, es temerario intentar gobernar democráticamente un barco. Puede o no ser necesa ria la producción de energía de fisión en un país dado (las necesidades, por otra parte, también dependen de valores y presupuestos), pero lo que desde luego está claro es que la di scusión no concierne solamente a cuestiones técnicas y de s eguridad. No es casual que en las antípodas políticas encontremos la producción de energía solar (véase Dickson, 1973). La tecnología, lejos de ser neutral, refleja los planes, propósitos y valores de nuestra sociedad. Hacer tecnol ogía es, sin duda, hacer política y, p uesto que la políti ca es un asunto de interés general, deberíamos tener la op ortunidad de decidir qué tipo de tecnología deseamos. Mantener que la tecnol ogía es políticamente neutral favorece la intervención de “expertos” que deciden lo que es “correcto” basándose en una evaluación “objetiva” e impide, a su vez, la participación democrátic a en la discusión sobre diseño e innovación tecnológica. Más adelante des arrollaremos este punto. Tecnología autónoma Tanto la concepción intelectualis ta de la tecnología como la co ncepción artefactual tienden a producir una determinada imagen de la evoluc ión de la tecnología. Esta imagen resulta de suponer que la tecnología, presuntamente al igual que la ciencia, ti ene su propia lógica interna de desarrollo: una lógica de la eficacia en la que no deben producirse interferencias externas. Hay, se pretende, un camino objetivo que señala la mejora en eficacia de, digamos, diseños aeroná uticos o técnicas quirú rgicas. Como también se pretende que existe un proceso teleológico que, part iendo de la energía animal, pas a por los motores de vapor y acaba en los reactores nucleares . Sólo se trata de conquistar nuevas fronteras mediante descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas. De es te modo, las generaciones de ordenadores parecen sucederse casi a través de un linaje propio. La idea de una tecnolog ía autónoma, es decir, de una tec nología que no está controlada por los seres humanos sino que sigue su propia inercia, ha si do utilizada o comentada en numerosas ocasiones. Uno de los ámbitos en los que más influenc ia ha tenido esta idea es en el de la ficción (véase, e.g. , Winner, 1977; Hickm an, 1985b). Todos tenemos presente la imagen de la criatura del Dr. Frankenstein “escapando” al control de su creador y siguiendo su propia voluntad. En el ámbito de la filosofía, el tema de la autonomía de la tecnología ha sido analizado por autores clás icos como Jacques Ellul ( 1954), Lewis Mumford (1934) o

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 5 de 16 Herbert Marcuse (1954). Se trat a de un tema característico de la tradición americana en CTS (e.g. , Winner, 1977; véase el capítulo 7). La autonomía de la tecnol ogía sólo puede defend erse si se entiende de una manera trivial. Se dice que la tecnolog ía es autónoma porque el inventor pierde el control sobre su invento una vez que éste está disponib le para el público y esto, sin duda alguna, es cierto pero trivial, ya que es verdadero de todos los aspectos de nuestra sociedad. Sin embargo, esta falta de control por parte del inventor no ha ce al invento autónomo , sino que su desarrollo está en función de cómo sea integrado en el sistem a productivo y de co mercialización. Por otra parte, se dice que la tecnología es autónoma porque el inventor no puede predecir todas las consecuencias que su invent o va a tener, y esto también es cierto. Sin embargo, el hecho de que no se puedan anticipar todas las consecuencias de una acción no significa que esa acción sea autónoma. Una vez que determinada tecnología entra en el dominio público, su difusión será resultado de una serie de decisiones y compromisos que no dependen de un único factor y, por lo tanto, se rá muy difícil predecir todas la s consecuencias de esa difusión (véase Pitt, 1987), del mismo modo que es difícil hacer predicciones acerca del comportamiento o la evolución de las so ciedades en general. Quienes mantienen la tesis de la autonomía de la tecnología suelen cosificarla y atribuirle poderes causales. Las actitudes tecno-catastrofistas y tecno-optimistas deben entenderse en este contexto. El sigu iente paso, para el te cno-catastrofista, es señalar la amenaza que dicha autonomía supone par a los seres humanos que, en una visión apocalíptica, llegarán a estar completamente dominados por la tecnol ogía. La única alternativ a para una tecnología que está fuera de control es entonces destruirla para volver a una sociedad menos tecnológica y más humanizada. Para el tecno- optimista, los “poderes caus ales” de la tecnología tienen un significado muy diferente. Es esa ausencia de control social sobre la te cnología, secuestrada por su propia lógica interna, lo que precisamente permite su a cción benefactora. Es ta tesis de la autonomía de la tecnología impide, de cualqui er modo, un análisis crítico del proceso tecnológico, deja libre de responsabilidades a ingenieros, científicos y políticos y abre el camino para el irracionalismo romántico o la simple tecnocracia (cf. Habermas, 1968). “ELOGIO DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGIA” es el título de un artículo divulgativo de Carl Sagan (1974: cap. 4) donde ejemplifica los “extraño s e impredecibles” caminos, aunque a la larga benefactores de la humanid ad, que siguen normalmente las aplicaciones prácticas de la ciencia. Un proceso apar entemente caprichoso puede llevar desde los descubrimientos de Faraday y las ecuaciones de Maxwell, ha sta los modernos marcapasos y alarmas automáticas contra in cendios. Ahora bien, una vez ma terializado el conocimiento científico, el producto de la ci encia parece disfrutar de una ló gica propia de desarrollo que no sólo se supone que debemos respetar sino que incluso se pretende que debe servir de molde para el cambio social. “La ciencia y la tecnología quizá sean parcialmente responsables de muchos de lo s problemas más graves que hoy tenemos planteados, pero lo serán en gran parte a causa de la inadecua da comprensión de los mismos por parte del ciudadano medio (la tecnología es una herramienta [intelectual, i.e. como ciencia aplicada], no una panacea) y del insuficiente esfuerzo que se ha hecho par a acomodar nuestra sociedad a las nuevas tecnol ogías” (Sagan, 1974: 48).

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 6 de 16 La crítica más evidente que se pu ede hacer a la tesis de la autonomía de la te cnología es, pues, que tiene una concepción estr echa de lo que es la tecnología. Si ve mos la tecnología no sólo como resultado sino también como un proceso que incluye factores sociales, psicológicos, económicos y políticos, donde los valores e intereses humanos están constantemente presentes, la tesis de una tecnología autónoma pierde su base. Determinismo tecnológico La imagen de la tecnología aut ónoma y fuera del control humano que se desarrolla según su propia lógica suele llevar asoc iada una concepción determinista de las relaciones entre tecnología y socie dad. Desde esta perspectiva se defiend e que la tecnología es un factor independiente y que el cambio tecnológico es la causa principal del ca mbio social. Se asume que el progreso tecnológico sigue un camino fijo y, aunque los factores pol íticos, económicos o sociales pueden influir en es e progreso, no pueden alterar la poderosa influencia de la tecnología sobre el ca mbio social ni, por s upuesto, la línea general de evolución de tal cambio, que vendría dada por la lógica interna del desarrollo tec nológico (véase, en general, Smith y Marx, 1994). Hay dos posibles líneas de actuación ante esta tesis. Si se cons idera que el cambio tecnológico es fundamentalm ente beneficioso, lo recomendable es no oponerse a su proceso de evolución. La organización social debe adapt arse al progreso técnico de acuerdo con los imperativos de la tecnología (véase, e.g. , Toffler, 1980). Si, por el contrario, se considera que el cambio tecnol ógico no beneficia a la sociedad, lo úni co recomendable es acabar con la tecnología (véase, e.g. , Ellul, 1954). De nuevo, actitudes polares enfrentadas. En cualquier caso, la investigación en evaluación de tecnología s o en políticas científico- tecnológicas resulta superflua, ya que para realizar ambas ac tividades es ne cesario suponer que somos capaces de intervenir en el desarrollo tecnológic o y esto es precisamente lo que niega la tesis del determinismo. La objeción más evidente que pu ede hacerse a esta tesis es de carácter epistemológico. Dados nuestros conocimient os actuales es imposible demost rar de modo concluyente que la tecnología, o cualquier otro factor independiente, sea el determinante principal o un determinante independiente de lo s cambios sociales (véase el capí tulo anterior). Nadie puede negar, no obstante, que la tecnología condi ciona el tipo de sociedad que tenemos, la tecnología contribuye a configurar las formas específicas de la vida moderna. Ciertas tecnologías son más adecuadas a unas formas de vida que a otras, pero esto no significa que el cambio en n uestras formas de vida esté ir revocablemente predeterminado por la lógica inevitable del desarrollo tecnológico. Afirmar esto es cosificar la tecnología, descontextualizándola; e ignorar las redes de intereses sociales decisi vos para la puesta en práctica de una u otra tecnología es seguir dejando la gestión de la política tecnológica en manos de una élite te cnocrática. Sin duda, las innovaci ones tecnologías que se decidan tendrán un impacto social, po drán incluso alterar nuestros pa trones comunes de convivencia y llegar a generar otros totalmente distintos, pero este cambio lo habrán producido las tecnologías (y otra serie de elementos asociados) que esos poderes han fomentado en función de unos intereses determinados. Otros intereses habrían favorecido presumiblemente otras tecnolog ías que, a su vez, habrían t enido otra clase de impacto social. Más que de determinismo, de lo que puede hablarse es, en palabras de L. Winner, de

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 8 de 16 relacionados con su actividad. Ciertamente, el desarrollo de códi gos deontológicos para ingenieros y tecnólogos pu ede ser de gran ayuda en la formación de profesionales conscientes de su respon sabilidad social. Pero la ética ingenieril, en nuestra opinión, debe complementarse con controles democráticos de la actividad tecnológica (véase, en este sentido, el capítulo 11). Por ejemplo, la profesió n médica ha utilizado tradicionalmente un código deontológico propio. Sin embargo, esta práctica ha sido claramente insuficiente por sí sola para resolver los problemas éticos y sociales generados por la medicina. Los códigos deontológicos so n un primer paso, pero no el últi mo ni el más importante, en el camino de una gestión adecuada de la actividad tecnológica. Otros autores, enfatizando los aspectos sociales sobre los técnicos, h an caracterizado a las tecnologías como formas de organización social (Wynne , 1983; Schienstock, 1994). Es interesante observar cómo este tipo de concepci ones plantea la cuestión de la participación pública. Frente a la tr adicional imagen de la te cnología como un conjunto de artefactos (que involucran contingentem ente agentes y procesos sociales), se defiende en estas concepciones una nueva imagen de la tecnología como un complejo interactivo de formas de organización social (que im plican característica mente la producción y uso de artefactos, así como la gestión de recursos). De este m odo, la lógica interna de los artefactos es sustituida, como factor primario distintivo de las tecnologías, por el modo en que involucran la interacción de distin tos agentes y procesos sociales. En la terminología de Pacey (1986): se priman los aspectos or ganizativos y culturales sobr e los aspectos técnicos. Más aún, las políticas científ ico-tecnológicas y de interven ción ambiental constituyen claramente experimentos soci ales y formas de organización socioeconómica. Presentan elementos valorativo s y un carácter social que no pueden ser considerados como una mera cuestión de impacto positivo o ne gativo (a determinar también por los expertos). Los rasgos sociales y valorativos son más bien partes constituyentes de esas mismas políticas y sus tecnologías asociadas (Winne r, 1986; Sanmartín, 1987). De hecho, una concepción estr echa de la tecnolog ía, restringida a sus aspectos técnicos, tiende a excluir a los posibles usuarios de la gestión de los procesos de investigación y desarrollo (I+D), y es, por tanto, una caus a básica de ineficiencia, pues produce la inviabilidad social de las nuevas tecnologías (o de aplicaciones nuevas de tecnologías familiares). Del mismo modo que la exclusión de las pers onas eventualmente afectadas también resulta en ineficiencia, pues prepara el terreno para la resistencia social. La “interferencia externa”, de este modo, no sola mente no es un obstácul o para el desarrollo tecnológico, sino más bien una necesidad para su viabilidad, una vez tenido en consideración el crucial componente social de cualquier forma de tecnología (véase Wynne, 1983: 27; así como el capítulo 15). Presen tar como opuestos “participación externa” y “eficiencia interna”, al hablar de tecnología, es así crear un dile ma interesado y erróneo. Ni es bueno para la democracia ni es bueno para la ciencia. Parece por tanto necesario desarrollar una nueva concepción de la tecnolog ía como formas de or ganización social que involucran distintos segmentos sociales, además de opin ión especializada y, con frecuencia, el uso o producción de artefa ctos y la gestión de recursos (como procesos que incluyen fases características de construcción e implementación). Esta imagen alte rnativa de las tecnologías, además de dar cuenta del dilema eficacia interna versus interferencia externa (legiti mando la “interferencia externa” como participación necesaria), puede presentar también la contro versia CTS entre Euro pa y Estados Unidos

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 9 de 16 como un falso metadilema. En efecto, tal concepción permite dar cuenta de la flexibilidad interpretativa de las tecnologías (entendidas como procesos soci ales) y de la carga política de las tecnologías (enten didas como productos sociales). El desarrollo de una tecnología constituye un proceso abierto, cuyo curso es determinado por la interacción de los distintos grupos sociales relevantes (dadas las lim itaciones interpretativas impuestas por las características físicas del arte facto en cuestión y su ambiente cultural y económico de selección). Ahora bien, en cada punto del desarrollo temporal de un artefacto tecnológico, especialmente cuando éste se consolida y atrinchera como producto tecnológico (véase el apartado siguiente), hay una flexibilidad inte rpretativa que ha sido dejada atrás como resultado de la negocia ción o imposición de una determina da interpretación. Es en este sentido en el que pode mos decir que el resultado de un proceso abierto, socialmente flexible, tiene una carga políti ca concreta. De este modo, la flexibilidad interpretativa enfatizada por Woolgar con respecto al proceso no sólo no es incompatible con la carga política del producto tecnol ógico subrayada por Winner, sino que más bien ambas se complementan mutuamente (véase la polémica Winne r-Woolgar en el capítulo 7). ¿DETERMINISMO TECNOLOGICO O DETERMINISMO SOCIAL? La ev olución histórica del conjunto de estudios social es sobre la tecnología está recorrida por una controversia entre dos posiciones extremas : determinismo tecnológico versus determinismo social. Lo curioso de esta dicotomía es que, pese a trat arse de dos posiciones enfrentadas, poseen algunos efectos prácticos comunes. Desde am bos determinismos, po r lo menos en su versión más extrema, se v en como carentes de sentido las investigac iones sobre evaluación de tecnologías y sobre políticas científico-tecnológicas. La razón de que esto sea así es fácil de entender: tanto la evaluación de tecnolog ías como los estudios de políticas científico-tecnológicas presuponen que tenemos la capacidad de influir sobre el desarrollo tecnológico y sobre su impacto so cial. Es más, presup onen que una acción efectiva que pretenda conducir a la tecnología hacia ciertos obj etivos (económicos, políticos o sociales) depende de nuestra comprensión de la interacció n entre tecnología y sociedad (Pavitt, 1987). Al estudiar esta interacción tenemos que dist inguir entre tres ámbito s de análisis: I+D, innovación y difusión de la innovación (o cambio técnológico) . Una parte de la controversia entre determinismo tecnológico y determinismo social depende precisamente del ámbito de estudio de que se trate (Luján Ló pez, 1992). Los estudios sociales sobre I+D o sobre innovación se ocupan principalme nte de los factores sociales que influyen en el proceso de construcción de tecnologías; mientras que, en gran parte de las investigaciones sobre el cambio tecnológico, las tecnologías aparecen como dadas, y se analiza su influencia en el contexto económico (si bien en la mayoría de aproximaciones es es te contexto el que selecciona a su vez las tecnologías en cuestión). La posibilidad de superar la dicotomía anteriormente señalada depende de la capa cidad de conseguir aproximaciones que, haciendo uso de un nuevo concepto de tecnología, puedan abordar tanto los procesos de invención como los de innova ción y cambio tecnológico. Ecosistemas y sociosistemas A propósito de esta nueva forma de entender la natur aleza de la tecnología, puede ser útil introducir el término “sociosistema”. Las tecn ologías, en tanto que formas de organización social que involucran ca racterísticamente el uso de artefact os o ciertos modos de gestión de

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Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad El Escorial, julio 2004 Página 10 de 16 recursos, se integran en sociosistemas más am plios en los que est ablecen vínculos de interdependencia funcional co n otras tecnologías y diversas clases de parámetros socioeconómicos y culturales (véase el caso de estudio presentado en el capítulo 15). Es el reajuste general del sociosistema, derivado de la introducción con éxito de una nueva tecnología, el que denominamos atrincheramiento tecnológico (de la tecnolog ía dada). De este modo, la discusión sobre el cambio tecnológi co puede enriquece rse notablemente por analogía con respecto al tratamiento del concepto “ecosistema” en ecología. Es bien conocido el delicado equilibrio que caracteriza a los distintos ecosistema s que, más o menos estables, más o menos libres de intervención humana, pueden encontrarse en el medio natural. La introducción de una nueva especie animal o vegetal puede provocar una situación de inestabilidad que, en determinadas ocasiones, puede acabar en catástrofe. Los ejemplos son desgraciadam ente bien conocidos. La situación más fam iliar para los seres humanos es la de los ecosiste mas profundamente transformados por medio de tec nologías agrícola s e industriales. El cu ltivo de arroz en las zonas húmedas del levante y su r español coexiste con flamenc os, anguilas y una diversidad animal y vegetal, más o menos ajustada a la constante intervención humana sobre el sistema. En el litoral medi terráneo, las tradicionales en cinas y alcorn oques han sido progresivamente sustitui das por pinos en una m ilenaria acción antropogénica. Las praderías y el ganado vacuno del norte de España coexisten asimismo c on lobos, corzos, buitres y otras especies, que mantienen un delicado equilibrio en tre sí, y, a su vez, con el uso humano de una parte considerable de la superficie. La in troducción de especies exóticas (como el eucalipto en el norte de España ) o de usos agrícolas extraños (como agresivos pesticidas) en esos “socioecosistemas” puede provocar su degradación y la eventual catástrofe, tanto para las especies animales y vegetales presentes como para la viabilidad económica de su uso futuro. Simplemente se despr ecia (en parte por ignorancia) el inestable equilibrio que permite la continuidad de un sistema (la conti nuidad de los seres vivo s que lo habitan y la continuidad de su explotación ra cional) para injertar en él un elemento extraño que, se supone, optimiza rá su rendimien to económico. Se concibe la naturaleza, aun intervenida por la agricultura, como un almacén de recursos en el que vale cualquier forma de mejorar econ ómicamente su explotación. Y, como en el caso de la introducción del eucalipto en el medio rural astu riano, un incr emento de beneficios a corto plazo puede acabar en un deterioro irreversible de la fauna y flora, de la calidad del suelo, e incluso en irrevers ibles transformaciones soci oeconómicas aparentemente sin conexión (véase López Cerezo y González García, 1993a; y González García, 1993b). ¿Qué ha ocurrido? –nos pre guntamos cuando ya es demasiado tarde. Simplemente, tenemos eucaliptos australianos pero no tenemos koalas . ni bacterias apropiadas para degradar las hojas del eu calipto y enriquecer el suelo, ni tenemos un tipo de suelo que no se deteriore y erosione por su cultivo, ni una economía en la que encaje sin producir contaminantes efectos secundarios (a través de su uso en la industria de la celulosa), etc. El problema es similar en la transferencia de tecnologías a sociosis temas extraños, en los que pueden producir más perturba ción social y económica que me jora de la calidad de vida. Los ejemplos son abundantes en la literatura sobr e el tema. Uno de ello s es el in tento de controlar la natalidad en Bangl adesh a través de la transferencia de scontextualizada de tecnologías o ccidentales ( i.e. sumistro y distribución de DIUs). Los dispositivos intrauterinos pueden funcionar bien en Estados Unidos o España, donde las mujeres saben cómo

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