by HH Orjuela Gómez · 1983 · Cited by 12 — Y PRODIGIO DEL DESIERTO». DE PEDRO DE SOLÍS Y VALENZUELA,. PRIMERA NOVELA HISPANOAMERICANA*. Dedico este trabajo a JOSÉ MANUEL RIVAS SACCONI.
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T H E S AV R V SBOLETÍNDEL INSTITUTO CARO Y CUERVOTOMO XXXVIII Mayo-Agosto de 1983 NÚMERO 2«EL DESIERTO PRODIGIOSOY PRODIGIO DEL DESIERTO»DE PEDRO DE SOLÍS Y VALENZUELA,PRIMERA NOVELA HISPANOAMERICANA*Dedico este trabajoa JOSÉ MANUEL RIVAS SACCONIy a RAFAEL TORRES QUINTERO.ILA NOVELA EN LA COLONIA:¿UN GÉNERO AUSENTE?Es todavía objeto de muchas conjeturas e interpretacionesla ausencia de verdaderas novelas en la época colonial, y loscríticos no han podido ponerse de acuerdo para explicar elfenómeno, el cual extraña si se tiene en cuenta que otros gé- neros Š la poesía, el drama, el ensayo, etc. Š fueron amplia-Ł El presente ensayo aparecerá como Estudio preliminar en la edición de lanovela que me ha sido encomendada por el Instituto Caro y Cuervo. Agradezco ala Universidad de California, Irvine, el apoyo que me ha brindado mediante una “Fa-culty Fcllowship”, para llevar a cabo la fase inicial de este trabajo.
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262 HÉCTOR H. ORJÜELA TH. XXXVIH, 1983mente cultivados y ayudaron a forjar una tradición literariaque sólo adquiere fisonomía propia a partir del siglo xix.Creo que el problema en parte se debe al desafecto quela crítica ha mostrado por la literatura colonial * y a la faltade investigaciones encaminadas a rescatar las obras perdidas,o desconocidas, que cubiertas por el polvo del olvido yacendispersas en los archivos, en las colecciones de libros raros yen las bibliotecas públicas y privadas del mundo. No cabeduda de que un esfuerzo metódico para desenterrar los ma-nuscritos coloniales daría magníficos resultados, y de que con ello se lograría llenar el vacío, que tanto sorprende a los crí-ticos, en el campo de la novela. A este respecto conviene re-cordar que varias obras novelescas, o con rasgos de ficción, de cuya existencia se tiene noticia, no se han publicado o andanperdidas, como La caída de Fernando, libro escrito en México hacia 1662 por el padre Antonio Ochoa, que era una especie de novela religiosa, o más bien, si acogemos el concepto deBeristáin, una historia anovelada del Colegio de Jesús, de Pue-bla \ Agustín Yáñez da información sobre otros manuscritos coloniales perdidos, entre los cuales bien podría haber una novela:[ ] no sólo se leían novelas, sino que también se las escribía enestos dominios, y con asuntos profanos; Pimentel nos habla de los amo-ríos livianos, poco decentes, que constituyen el tema de Fabiano y Au-relia, cuyo manuscrito poseía García Icazbalceta; don Federico Gómezde Orozco cuenta haber visto en la biblioteca del convento de San Án- gel, D. F., manuscritos de relatos picarescos2.Ł Una excepción importante, en lo que atañe a la novela, es el reciente ensayode Cedomil Goic, La novela hispanoamericana colonial, en Historia de ¡a literaturahispanoamericana, I: Época colonial, Madrid, Ediciones Cátedra, 1982, págs. 369-406.1 Luis LEAL, El “Cautiverio feliz” y la crónica novelesca, en Raquel Chang-Rodríguez, edit., Prosa hispanoamericana virreinal, Barcelona, HISPAM, 1978, pág. 122.Véase también PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA, Apuntacionse sobre la novela en América,en Obra crítica, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, págs. 621-622.Ł AGUSTÍN YÁÑEZ, Prólogo a FRANCISCO BRAMÓN, LOS sirgueros de la Virgen;JOAQUÍN BOLAÑOS, La portentosa vida de la muerte, México, Universidad NacionalAutónoma de México, 1944, pág. vm. Roberto Esquenazi-Mayo dice lo siguiente enrelación con estas obras coloniales perdidas u olvidadas: “Necesitamos admitir queno conocemos todas las novelas que precedieron a Lizardi y que algunas quedaronolvidadas o se perdieron. Por ejemplo, José SANCHA, autor de Fabiano y Aurelia.
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TH. XXXVIII, 1983 « EL DESIERTO PRODIGIOSO > 263Lo que pasa en México ocurre desde luego en el resto deHispanoamérica; pero hay que reconocer que en algunos paí-ses algo se ha avanzado en la recuperación del patrimonioliterario colonial, señaladamente en Colombia donde, gracias a la labor del Instituto Caro y Cuervo, se han rescatado y editado obras claves para los siglos iniciales de su historiacultural, como El desierto prodigioso y prodigio del desiertodel santafereño Pedro de Solís y Valenzuela3. No se puede, porlo tanto, aceptar la afirmación de que no existen novelas enla Colonia, ni mucho menos admitir la infecundidad de nues-tros escritores en el género, o su pretendida incapacidad paracrear literatura de ficción.Hechas estas salvedades debe empero admitirse que esevidente la existencia de factores adversos para la difusión y el cultivo de la novela en el Nuevo Mundo, que explican la escasez de obras de ficción, algunos de los cuales no se cir-Novela dedicada al Dr. e Miro. D. Gregorio Pérez Cancino, Cura de la Parroquiade la Soledad de México. Esta novela la cita Beristáin. Se ha perdido el manuscrito.Sin embargo Pimentel afirma que «esa novela carece de mérito» y es «una empala-gosa relación de amoríos livianos, sin gracia, sin interés y sin importancia alguna, bajo la forma de un lenguaje rebuscado, altisonante, obscuro y pedantesco». Sinargüir a favor o en contra de la calidad de dicha novela, es innegable que constituyeuna etapa en el desarrollo de la producción novelística en la Nueva España [].Tampoco se ha podido encontrar el original de La caída de Fernando, de 1662aproximadamente, con la firma de ANTONIO DE OCHOA. Y de 1624 Novelas moralesde Juan Pina Izquierdo []. El investigador norteamericano Erncst R. Moore en«La primera novela histórica mexicana», artículo publicado en Revista de LiteraturaMexicana, en 1940, al comentar La caída de Fernando del presbítero Antonio de Ochoa, dice que «aunque la obra tiene pretensiones históricas no carece de interésnovelístico» []” (Raices de la novela hispanoamericana, en Studi di Letteratura ¡spano-americana, II. Milano, Istituto Editoriale Cisalpino, 1969, págs. 116-118). So-bre las primeras obras novelescas mexicanas véase José ROJAS GARCIDUEÑAS, La no- vela en la Nueva España, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, núm.31 (1962), págs. 57-78.3 Entre otras Š además de El desierto prodigioso Š El Antijovio, de GONZALOJIMÉNEZ DE QUESADA (edición dirigida por Rafael Torres Quintero, y estudio preli-minar por Manuel Ballesteros Gaibrois, Bogotá, 1960); las Obras de JUAN DE CUETOy MENA (edición crítica, con introducción y notas por Archer Woodford, Prólogode José Manuel Rivas Sacconi, Bogotá, 1952); J. J. ARROM y J. M. RIVAS SACCONI,Láurea crítica de FERNANDO (Bruno) FERNÁNDEZ DE VALENZUELA (Thesaurus, XIV,1959, págs. 170-185); las Obras de HERNANDO DOMÍNGUEZ CAMARGO (edición acargo de Rafael Torres Quintero, con estudios de Alfonso Méndez Planearte, Joa-quín Antonio Peñalosa y Guillermo Hernández de Alba, Bogotá, 1960), etc.
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264 H£CTOR H. ORJUELA TH. XXXVIII, 1983cunscriben a América puesto que corresponden a conceptosprevalentes en Europa acerca del género y, en particular, alcriterio con que se juzgaba la literatura en la España de ultra-mar donde las restricciones religiosas y de orden moral im- ponían un severo control, ejercido tanto por el Estado como por la Iglesia, sobre la publicación y el comercio de libros.Hay que tener en cuenta asimismo que en Europa la no-vela era considerada género inferior Š de acuerdo con las nor- mas de la preceptiva clásica y por no cumplir las condiciones de verdad y verosimilitud a que se ceñían los escritores de laépocaŠ y era condenada como “perniciosa y nociva para las buenas costumbres”. En la Península las restriccciones fueron aún más numerosas, lo cual no impidió la abundante produc- ción de diferentes formas novelescas cuyos títulos algunas vecesengrosaban las listas de libros vedados al público. La Contra- rreforma aumentó el rígido control sobre la producción lite-raria que llevó a la compilación de listas de libros censurados.El primer índice de libros prohibidos fue preparado en 1559por el inquisidor Valdés y a éste siguieron otros índices en losque, con relativa frecuencia, aparecían obras de ficción. Sinembargo la censura controlaba libros de índole muy diversay no puede decirse que estuviera dirigida de manera exclusivacontra la novela, ya que para entonces esta no había definidolas características esenciales del género y ocasionalmente se la confundía con la comedia por su carácter ligero y su críticade las costumbres *. A este respecto se debe recordar que po-siblemente fue Cervantes quien primero importó de Italia eltérmino novela para designar las narraciones de mediana ex-tensión, como sus Novelas ejemplares6, y que El Quijote(1605-1615) está considerado como la primera novela moderna.En el Nuevo Mundo a estas restricciones se sumaron otras,pues la corona intentaba evitar que la lectura despertara elespíritu subversivo de los habitantes de las colonias y que los in-4 Luis ALBERTO SÁNCHEZ, Proceso y contenido de la novela hispanoamericana,Madrid, Gredos, 1968, pág. 78.5 PEDRO HENRÍQUEZ-UREÑA, citado por A. CURCIO ALTAMAR, Evolución de lanovela en Colombia, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1967, pág. 9 (nota).
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TH. XXXVIII, 1983 « EL DESIERTO PRODIGIOSO > 265dígenas leyeran algo diferente de libros religiosos y doctrinales,los cuales aseguraban su conversión y el mantenimiento de lasbuenas costumbres. Con este fin los monarcas dictaron nume-rosos decretos imponiendo límites a los libros que podían en-viarse a las Indias y a los que podían tener difusión entre loslectores del Nuevo Mundo. En realidad algunos de estos de-cretos nunca alcanzaron verdadera vigencia y es cosa conocidaque la acción del Santo Oficio, tan eficaz en algunas regionesde España, fue muy limitada en América. No obstante es in-dudable que el control peninsular sobre los libros que se en- viaban al Nuevo Mundo constituyó un obstáculo para que lanovela adquiriera la popularidad que ha debido tener.Otros factores también influyeron para que el género nolograra una mayor difusión en los años coloniales: la falta deuna clase media, o de una burguesía fuerte y cultivada, de don-de hubiera podido surgir la novela como producto de unasociedad en formación6; la ausencia de grandes núcleos delectores (y de lectoras), aunque es sabido que en las clases altas y en la naciente burguesía las minorías intelectuales leían mucho y se mantenían informadas acerca de la producción literaria europea; las naturales limitaciones en preparación y cultura de que padecían algunos de los escritores que hubie-ran podido ser creadores de novela, género de suyo muy exi-gente y que requiere de gran disciplina y de un conocimientoliterario que no poseían muchos hombres de letras en el NuevoMundo; la escasez de imprentas y las dificultades que debíavencer cualquier autor deseoso de imprimir una obra, la cual generalmente debía ser enviada a España para ser publicada después de que los censores eclesiásticos y civiles le hubieran dado el visto bueno. Con todos estos impedimentos, no hayduda de que pocos se atrevieran a escribir novelas, obras quepor su naturaleza, y por la opinión que sobre ellas privaba entonces, comprometían seriamente la fama de un escritor. Por eso las novelas publicadas en esa época fueron más bien es-bozos de relatos de ficción; pero las verdaderas novelas his- panoamericanas debieron quedar inéditas. Otras se mezclaron,Ł Luis A. SÁNCHEZ, op. cit., pág. 78.
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266 HÉCTOR H. ORJUELA TH. XXXVIII, 1983o se disfrazaron, con los géneros en boga: la crónica y la épicaespecialmente. Esto, al pareecr, fue lo más frecuente, a pesarde que los autores, siguiendo la preceptiva dominante, preten-dían escribir historias “verdaderas” y no ficticias.No compartimos enteramente el concepto de algunos crí-ticos que achacan la carencia de novelas coloniales al escasodesarrollo económico y social, puesto que de hecho lo mismohubiera ocurrido con otros géneros literarios de los que se conservan muestras valiosas y representativas. Tampoco puedeaceptarse que las Indias hubieran vivido siempre dentro de un enorme vacío cultural, ni que las restricciones peninsularesmantuvieran a los lectores americanos totalmente aislados de los focos culturales europeos. Gracias a investigadores comoFrancisco Rodríguez Marín, José Torre Revello y, en particu-lar, el norteamericano Irving A. Leonard, se sabe ahora que la difusión en los años de la Colonia de libros eruditos y deficción alcanzó proporciones insospechadas, debido a que losmecanismos de control para el comercio del libro no se cum- plieron, llegando a producirse el hecho curioso de que la pri-mera edición de El Quijote, que escasamente circuló en Es-paña, fue enviada casi en su totalidad a América7, donde subrepticiamente se leían cuentos y novelas que pudieron ha-ber servido de modelos a nuestros primeros narradores.En el problema de la ausencia de novelas en la época co-lonial no se ha tenido en cuenta suficientemente el hecho de que el género no presenta en América un desarrollo entera-mente igual al que presenta en Europa, y que la creación de obras narrativas en la Colonia responde a necesidades de or-den estético, literario e histórico, que no tienen equivalencia con las que privan en la Península. Las narraciones colonialesplasman una visión del mundo que no puede proyectarse enlos géneros tradicionales, sino a través de una múltiple pers- pectiva que fragmenta la estructura, multiplica los planos del relato y hace que se pierda la relación clásica del todo con la parte. El efecto es la desmesura, el abigarramiento y la hete-T FRANCISCO RODRÍGUEZ MARÍN, citado por IRVING A. LEONARD, LOS libros delconquistador, México, Fondo de Cultura Económica, 1953, pág. 82.
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268 HÉCTOR H. ORJUELA TH. XXXVIII, 1983de la literatura de ficción en Hispanoamérica. Sucede con ellos,sin embargo, que poco influyen en la prosa narrativa de la Colonia por haber sido rescatados tardíamente, y que muchas veces, o son desconocidos, o no se les concede suficiente im-portancia en comparación con los modelos peninsulares. Es verdad que esta situación ambigua que han tenido que afron-tar las literaturas amerindias en la evolución de los génerosliterarios tiende a clarificarse, y que con el recobro de nuevostextos se ha logrado ya dar cabida a la contribución literariaindígena dentro del extenso marco de las letras continentales.En lo que atañe a la literatura de ficción son numerososlos relatos que podrían considerarse. Los más conocidos perte-necen a las tres grandes culturas urbanas existentes a la llegada de los españoles: la azteca, la maya y la incaica. Empero, otrostextos provienen de culturas aborígenes diversas y su abun-dancia descubre las amplias posibilidades que encuentra elinvestigador del acervo indígena. Casi sin excepción estos re-latos no se conservan en el original, sino en traducción, o en versiones que recoge la tradición oral. Esta rica literatura in- directa de ordinario está influida por la cultura occidental ypor el elemento religioso cristiano, lo cual no alcanza, sin embargo, a desvirtuar enteramente la autenticidad de los tex-tos que desde luego revelan el hibridismo de la mezcla de culturas.Según Ángel María Garibay, entre los aztecas existió abun-dante literatura de ficción en varios subgéneros narrativos, oen forma de mitos, cuentos, fábulas, leyendas y novelas cortasque a veces tienen carácter poemático9. El Manuscrito deCuauhtitlan conserva un buen número de estas piezas, de lascuales algunas aparecen con variantes, como el mito de laLeyenda de los soles, cuyo episodio principal es la fabulosa historia de la formación del quinto sol que representaba la etapa en que vivían los aztecas a la llegada de los españoles.También contiene el manuscrito un relato de las aventuras de Nezahualcóyotl, rey-poeta de Tezcoco, que tiene bastante uni-9 ÁNGEL MARÍA GARIBAY, Historia de la literatura náhuatl. 2 vols., México,Edit. Porrúa, 1953. (Véase especialmente vol. I, cap. X: Prosa imaginativa, págs.479-498).
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TH. XXXVIII, 1983 « EL DESIERTO PRODIGIOSO ^ 269dad novelesca, y algunas piezas más cortas de tema legendario.El mito de Quetzalcoatl (Serpiente Emplumada), que perte-nece tanto a la épica como a la prosa narrativa, ofrece también en algunas versiones un marcado carácter novelesco. En las obras del historiador mestizo Fernando de Alva Ixtlilxóchitl se encuentran relatos acerca de Nezahualcoyotl y un interesantefragmento sobre las andanzas de sus hijos que constituye, se- gún Garibay, una verdadera novela de aventuras10. Todas es-tas crónicas relativas al rey-poeta de Tezcoco serían, por otraparte, tempranos antecedentes de la novela histórica.En el área incaica, donde buena parte de la literatura in-dígena se ha preservado en tradición oral, algunas crónicas de escritores mestizos contienen relatos de prosa imaginativa: la de Guarnan Poma de Ayala, Primera coránica y buen go-bierno (manuscrito descubierto en 1908) y, en especial, losComentarios reales (1609, 1617), del célebre Inca Garcilasode la Vega, donde hay por lo menos tres relatos con unidad cuentística: el del Príncipe Llorasangre, y dos textos que hansido estudiados en su dimensión narrativa por José Juan Arrom:el del naufragio de Pedro Serrano (que recuerda a RobinsonCrusoe) y un “cuento gracioso” que se halla en el capítulo 29del libro IX11. Aunque los Comentarios son esencialmenteuna obra histórica de autenticidad probada, Menéndez y Pe-layo la considera “novela utópica”, relacionándola en esta for- ma con las utopías renacentistas de un Tomás Moro, de unBacon o de un Campanella12. Los mitos incaicos de Manco Cápac, Viracocha, Pachacamac, etc., en sus diferentes versio-nes, también tienen índole de prosa imaginativa.Puesto especial en las literaturas indígenas ocupa el Popolvuh, o libro sagrado de los indios quichés de Guatemala, porser el texto más auténtico que ha llegado hasta nosotros. Eloriginal fue escrito en quiche Špor un indio desconocido Š a principios del siglo xvi, y en el siglo xvm el padre Francisco Jiménez lo copió y tradujo. Este es el manuscrito que se con-» Ibid., pág. 494.11 Véase JOSÉ JUAN ARROM, Hombre y mundo en dos cuentos del Inca Garcilaso,en Certidumbre de América, Madrid, Gredos, 1971, págs. 27-35.11 Luis ALBERTO SÁNCHEZ, op. cit., pág. 82.
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270 HÉCTOR H. ORJUELA TH. XXXVIII, 1983serva en la biblioteca Newberry de Chicago. La primera pu-blicación de la obra la hizo el austríaco Cari Scherzer en185713 y desde entonces se han multiplicado las ediciones. ElPopol vuh conserva los mitos y creencias religiosas de los qui-chés y da noticias acerca de la historia de su pueblo. Participatanto de la epopeya como de la crónica y en parte Šespecial-mente en lo relativo a las aventuras de los héroes Hunahphúe Ixbalanqué, en lucha contra los dioses infernales de Xibal- bአes también obra narrativa donde lo real maravilloso da un toque de fantasía al relato. El Popol vuh ha servido de modelo literario y hay cuentos y novelas que se han escritobasados en sus mitos principales.El Popol vuh suramericano lo constituye La leyenda deYurupary, obra escrita en ñengatú por el indio MaximianoJosé Roberto y traducida al italiano por Ermanno Stradelli, traducción que fue publicada por primera vez en el Bolletinode la Sociedad Geográfica Italiana de Roma en 1890. Reciente-mente esta leyenda de la región colombo-brasilera del Vaupésfue vertida al español e impresa en un volumen editado porel Instituto Caro y Cuervo14. La leyenda o mito de Yurupary es también, como el Popol vuh, una epopeya indígena, en este caso de los indios tarianas del Vaupés, y recoge mitos y relatos legendarios de tribus de la Amazonia que conservan la creen- cia en una deidad religiosa, o héroe legislador, a quien gene-ralmente se le conoce con el nombre de Yurupary. Su cultoincluye un ritual muy complejo que todavía se practica en laregión, y que tiene como fin rendir tributo a la deidad, y alos ancestros míticos, y asegurar la permanencia de sus leyesy enseñanzas. Sorprende que la leyenda haya surgido de pue-blos amazónicos casi desconocidos, y no de las grandes culturassuramericanas, pero es en estas tribus, que no han experimen-tado una fuerte influencia occidental, donde lo indígena hapodido mantenerse en su forma más auténtica. Los mitos de Yurupary son de origen prehispánico, pero es evidente quea Véase ADRIÁN RECINOS, Introducción a Popol Vuh, 2* ed., México, Fondode Cultura Económica, 1953, pág. 46.14 Véase HécroR H. ORJUELA, Yurupary: mito, leyenda y epopeya del Vaupés,con la traducción de la *Leggenda dell’ ]urupary» del conde ERMANNO STRADELLI,por Susana N. Salessi, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1983.
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TH. XXXVIH, 1983 « EL DESIERTO PRODIGIOSO > 271la leyenda incorpora algunos elementos extraños a la culturaamazónica, introducidos por el autor, por el traductor, o porlos mismos informantes indígenas. El tardío recobro al espa- ñol de la Leyenda de Yurupary explica por qué su influencia no se ha hecho sentir en la literatura hispanoamericana. Su contenido poético y narrativo, y la riqueza de elementos de ficción que contiene, le dan un puesto privilegiado en lasliteraturas amerindias.ELEMENTOS NOVELESCOSEN LA ÉPICA Y LA CRÓNICALa poesía épica colonial, y en particular la crónica, pre-sentan abundantes elementos novelescos que convierten a al-gunas de estas obras en importantes antecedentes del génerode ficción en Hispanoamérica. Arturo Torres Rioseco propo-nía como posibles novelas coloniales las versiones en prosa de La Araucana de Ercilla, y de El Arauco domado, de Pedro de Oña15. En realidad toda la épica heroica escrita en el Nue-vo Mundo, y aun obras como las Elegías de varones ilustresde Indias, en las que priva la intención de describir la rea-lidad americana, están impregnadas del utopismo renacentistay de un halo de fantasía que desvirtúan el historicismo o veris-mo que se pretende encontrar en ellas16. La forma poemática, sus peculiaridades genéricas y la estructura de la épica son obs-táculos para que los textos épicos puedan ser considerados ver-daderas obras novelescas, aunque hay que tener en cuenta queen la antigüedad el verso reemplazaba a la prosa narrativa y que a menudo prosa y verso se hallaban juntos antes de que surgiera la novela moderna.Con el género de la crónica puede decirse que nos esta-mos aproximando a la protonovela americana, pues los cro-nistas matizan sus obras con relatos fantásticos, hechos inve- rosímiles, lances caballerescos, episodios autobiográficos, etc.,” Luis A. SÁNCHEZ, op. cit., pág. 96.ŁŁ Véase ANTONIO CURCIO ALTAMAR, El elemento novelesco en el poema de Juande Castellanos, en Evolución de la novela en Colombia, Bogotá, Instituto Caro yCuervo, 1957, págs. 15-32.
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