Se dice que el abad Pambo, en el momento de abandonar esta vida, dijo a los santos varones que le acompañaban: «Desde que vine a este desierto, construí mi
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2 ÍNDICE I De la manera de adelantar en la vida espiritual según los Padres II De la hesyquia III De la compunción IV Del dominio de sí V De la impureza VI El monje no debe poseer nada VII De la paciencia y de la fortaleza III No se debe hacer nada para ser visto IX No hay que juzgar a nadie X De la discreción XI De la vigilancia XII Se debe orar continuamente y con vigilancia XIII Hay que practicar la hospitalidad y la misericordia con alegría XIV De la obediencia XV De la humildad XVI De la paciencia XVII De la caridad XVIII De la clarividencia o contemplación XIX De los santos ancianos que hacían milagros XX De la extraordinaria vida de varios Padres XXI Treinta y siete sentencias que envió el abad Moisés al abad Pemenio. Quien las cumpla estará libre de pena XXII Apotegmas resumidos que prueban la gran virtud de los Padres del Desierto
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4 1. Preguntó uno al abad Antonio: «¿Qué debo hacer para agradar a Dios?» El anciano le respondió: «Guarda esto que re mando: donde quiera que vayas, ten siempre a Dios ante tus ojos, en todo lo que hagas, busca la aprobación de las Sagradas Escrituras; y donde quiera que mores, no cambies fácilmente de lugar. G uarda estas tres cosas y te salvarás». 2. El abad Pambo preguntó al abad Antonio: «¿Qué debo hacer?». El anciano contestó: «No confíes en tu justicia; no te lamentes del pasado y domina tu lengua y tu gula. 3. Dijo San Gregorio: «De todo bautizado Dios ex ige tres cosas: una fe recta para el alma, dominio de la lengua; castidad para el cuerpo». 4. El abad Evagrio refiere este dicho de los Padres: «Una comida habitualmente escasa y mal condimentada, unida a la caridad, lleva muy r ápidamente al monje al puerto de la apatheia 1». 5. Dijo también: «Anunciaron a un monje la muerte de su padre, y el monje dijo al mensajero: “Deja de blasfemar; mi padre es inmortal”». 6. El abad Macario dijo al abad Zacarías: «Dime, ¿cuál es el trabajo del monje?». «¿Y tú, Padre, me preguntas eso?», le respondió. Y el ab ad Macario le dijo: «Tengo plena confianza en ti, hijo mío Zacarías, pero hay alguien que me impulsa a interrogarte». Y contestó Zacarías: «Para mí, Padre, es monje aquel que se hace violencia en todo». 7. Decían del abad Teodoro de Fermo que aventajaba a todos en estos tres principios: no poseer nada, la abstinencia y el huir de los hombres. 8. El abad Juan el Enano dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de rodas las virtudes. Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran humildad. Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos. Sufre con paciencia las injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y no devuelvas mal por mal. No te fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes al contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno, paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de alma, percibiendo el bien con paz y trabajando con tus manos. Vela de noche, soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos. Enciérrate en un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas que tu muerte está cercana». 9. El abad José de Tebas dijo: «Tres clases de personas son gratas a los ojos de Dios: primero los enfermos que padecen tentaciones y las aceptan con acción de gracias. En segundo lugar, lo que obran con toda pureza delante de Dios, sin mezcla de nada humano. En tercer lugar, los que se someten y obedecen a su Padre espiritual renunciando a su propia voluntad». 10. El abad Casiano cuenta del abad Juan que había ocupado altos puestos en su congregación y que había sido ejemplar en su vida. Estaba a punto de morir y marchaba alegremente y de buena gana al encuentro del Señor. Le rodeaban los hermanos y le pidieron que les dejase como herencia una palabra, brev e y útil, que les permitiese elevarse a la perfección que se da en Cristo. Y él dijo gimiendo: «Nunca hice mi propia voluntad, y nunca enseñé nada a nadie que no hubiese practicado antes yo mismo». 11. Un hermano preguntó a un anciano: «¿Hay algo bueno para que yo lo haga y viva en ello?». Y el anciano respondió: «Sólo Dios sa be lo que es bueno. Sin embargo, he oído decir que un Padre había preguntado al abad Nisterós el Grande, el amigo del abad Antonio: “¿Cuál es la obra buena para que yo la haga?”. Y él respondió: “¿Acaso no son todas las obras iguales”? La Escritura dice: “Abraham ejercitó la hospitalidad, y Dios estaba con él. Elías
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5amaba la hesyquia 2, y Dios estaba con él. David era humilde y Dios estaba con él”. Por tanto, aquello a lo que veas que tu alma aspira según Dios, hazlo, y guarda tu corazón». 12. El abad Pastor dijo: «La guarda del corazón, el examen de si mismo y el discernimiento, son las tres virtudes que guían al alma». 13. Un hermano preguntó al abad Pastor: «¿Cómo debe vivir un hombre?». Y el anciano le respondió: «Ahí tienes a Daniel, contra el que no se encontraba otra acusación, más que el culto que daba a su Dios» (cf. Dn, 6, 56) 14. Dijo también: «La pobreza, la tribulación y la discreción, son las tres obras de la vida solitaria. En efecto, dice la Escritura: “Si estos tres hombres, Noé, Job y Daniel hubiesen estado allí”. (cf. Ez 14, 1420). Noé represent a a los que no poseen nada. Job a los que sufren tribulación. Daniel a los discretos. Si estas tres se encuentran en un hombre, Dios habita en él». 15. El abad Pastor dijo: «Si el hombre odia dos cosas, puede liberarse de este mundo». Y un hermano preguntó: «¿Qué cosas son esas?». Y dijo el anciano: «El bienestar y la vanagloria». 16. Se dice que el abad Pambo, en el momento de abandonar esta vida, dijo a los santos varones que le acompañaban: «Desde que vine a este desierto, construí mi celda y la habité, no recuerdo haber comido mi pan sin haberlo ganado con el trabajo de mis manos, ni de haberme arrepentido de ninguna palabra que haya di cho hasta este momento. Y sin embargo, me presento ante el Señor como si no hubiese empezado a servir a Dios». 17. El abad Sisoés dijo: «Despréciate a ti mismo, arroja fuera de ti los placeres, libérate de las preocupaciones materiales y encontrarás el descanso». 18. El abad Chamé, a punto de morir, dijo a sus discípulos: «No viváis con herejes, ni os relacionéis con poderosos, ni alarguéis vuestras manos para recibir, sino más bien para dar». 19. Un hermano preguntó a un anciano: «Padre ¿cómo viene al hombre el temor de Dios?». Y respondió el anciano: «Si el hombre practica la humildad y la pobreza y no juzga a los demás, se apoderará de él el temor de Dios». 20. Un anciano dijo: «Que el temor, la privación de alimento y el penthos 3 moren en ti». 21. Dijo un anciano: «No hagas a otro lo que tú detestas. Si odias al que habla mal de ti, no hables tampoco mal de los demás. Si odias al que te calumnia, no calumnies a los demás. Si odias al que te desprecia, al que te injuria, al que te roba lo tuyo o te hace cualquier otro mal semejante, no hagas nada de esto a tu prójimo. Basta guardar esta palabra para salvarse». 22. Un anciano dijo: «La vida del monje es el trabajo, la obediencia, la meditación, el no juzgar, no criticar, ni murmurar, porque escrit o está: “Ama Yahveh a los que el mal detestan”. (Sal 96, 10). La vida del monje consiste en no andar con los pecadores, ni ver con sus ojos el mal, no obrar ni mirar con curiosidad, ni inquirir ni escuchar lo que no le importa. Sus manos no se apoderan de las cosas sino que las reparten. Su corazón no es soberbio, su pensamiento sin malevolencia, su vientre sin hartura. En todo obra con discreción. En todo esto consiste el ser monje». 23. Dijo un anciano: «Pide a Dios que ponga en tu corazón la compunción y la humildad. Ten siempre presentes tus pecados y no juzgues a los demás. Sométete a todos y no tengas familiaridad con mujeres, ni con niños, ni con lo s herejes. No te fíes de ti mismo, sujeta la lengua y el apetito y prívate del vino. Y si algu no habla contigo de cualquier cosa, no discutas con él. Si lo que te dice está bien, di: “Bueno”, Si está mal, di; “Tú sabrás lo que dices.” Y no disputes con él de lo que ha hablado. Y así tu alma tendrá paz». Notas: (1) APATHEIA: Impasibilidad. No consiste en la extinci ón de las pasiones, sino en su perfecto dominio en aquel que está estrechamente unido a Dios.
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6(2) HESYQUIA: Tranquilidad, quietud, se a del alma pacificada, sea de la vida monástica en general, sea, finalmente, de una vida más solitaria dentro o fuera el cenobitismo. (3) PENTHOS: Duelo por la muerte de un pariente. Y de aquí, en sentido espiritual: tristeza causada por el estado de muerte en que el alma se encuentra a consecuencia del pecado, sea del pecado propio o del pecado del prójimo.
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8 1. El abad Antonio dijo: «Los peces que se detienen sobre la tierra firme, mueren. Del mismo modo los monjes que remolonean fuera de su celda, o que pierden su tiempo con la gente del mundo se apartan de su propósito de hesyquia (1). Conviene, pues, que lo mismo que el pez al mar, nosotros volvamos a nuestra celda lo antes posible. No sea que remoloneando fuera, olvidemos la guarda de lo de dentro». 2. Dijo también: «El que permanece en la soledad y la hesyquia se libera de tres géneros de lucha: la del oído, la de la palabra y la de la vista. No le queda más que un solo combate: el del corazón». 3. El abad Arsenio, cuando todavía estaba en palacio, oró al Señor diciendo: «Señor, condúceme a la salvación». Y escuchó una voz q ue le dijo: «Arsenio, huye de los hombres y te salvarás». Una vez incorporado a la vida moná stica, oró de nuevo con las mismas palabras. Y escuchó a la voz que decía: «Arsenio, huye, calla y practica la hesyquia; éstas son las raíces para no pecar». 4. El arzobispo Teófilo, de feliz memoria, vino un día con un juez al abad Arsenio. Y el arzobispo le interrogó para escuchar una palabra de él. El anciano guardó un momento de silencio, y le respondió: «Si os digo una palabra, ¿la cumpliréis?». Se lo prometieron así. Y el anciano les dijo: «Si oís decir que Arsenio es tá en determinado lugar, ¡no vayáis allí!». 5. Otra vez, el arzobispo quiso verle, envió antes a preguntar si le recibiría. El anciano mandó que le respondieran: «Si vienes te recibiré. Pero si te recibo a ti, recibiré a todo el mundo. Y entonces, ya no perteneceré más a este lugar». Ante estas palabras, el arzobispo dijo: «Si voy a hacer que se marche, nunca jamás iré a ver a ese santo varón». 6. El abad Arsenio llegó un día a un cañaveral, y el viento agitaba las cañas. El anciano dijo a los hermanos: «¿Qué es eso que se mueve?». «Son las cañas», le respondieron. «Ciertamente, si uno se encuentra en plena hesyquia y escucha el canto de un pájaro, su corazón ya no poseerá esa hesyquia. Siendo esto así, ¿que será de vosotros con el ruido de esas cañas». 7. Se contaba del abad Arseni o que tenía su celda a treint a y dos millas de distancia, y que rara vez salía de ella, pues otros se encargaban de traerle lo que necesitaba. Pero cuando Scitia fue devastado, marchó de allí llorando y d ijo: «El mundo ha perdido Roma y los monjes han perdido Scitia». 8. Una vez que el abad Arsenio se encontraba en Canope, vino de Roma una matrona virgen, muy rica y temerosa de Dios, para verle. La recibió el arzobispo Teófilo y ella le pidió que intercediese ante el anciano para que la recibiera. El arzobispo se llegó a él y le dijo: «Una matrona ha venido de Roma y quiere verte». Pero el anciano no consintió en recibirla. Cuando la dama recibió la respuesta, hizo preparar su cabalgadura diciendo: «Confío en Dios que he de verle. En nuestra ciudad hay muchos hombres, pero yo he venido a ver no un hombre sino un profeta». Y al llegar a la celda del anciano, po r disposición divina, el anciano se encontraba providencialmente fuera de ella. Y al verle la ma trona se arrojó a sus pies. Pero él, indignado, la levantó y le dijo mirándola fijamente: «Si quier es ver mi rostro ¡míralo!». Pero ella, llena de confusión no le miró. El anciano continuó: «¿No has oído hablar de mis obras? Eso es lo que hay que mirar. ¿Cómo te has atrevido a hacer una travesía tan larga? ¿No sabes que eres una mujer y que una mujer no debe salir a ninguna parte? ¿Irás a Roma y dirás a las demás, mujeres: “He visto a Arsenio”, y convertirás el mar en un camino para que las mujeres vengan a yerme?». Ella respondió: «Si Dios quiere que v uelva a Roma, no permitiré a ninguna mujer que venga aquí. Pero ruega por mi y acuérdate siempre de mi». Arsenio le contestó: «Pide a Dios que borre de mi corazón tu recuerdo». Al escuchar estas palabras ella se retiró llena de turbación, y al llegar a Alejandría cayó enferma a causa de la tristeza. Se comunicó su enfermedad al arzobispo, que vino para consolarla y le preguntó que le sucedía. Ella le dijo: «¡Ojalá no hubiera ido allí! Dije al anciano: “Acuérdate de mí” y me respondió: “¡Pide a Dios que borre de mi corazón tu memoria!”. Y me muero por ello de tristeza». Y el arzobispo le dijo: «¿No te das cuenta de que eres una mujer y que el enemigo combate a los santos por las
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9mujeres? Por eso te ha hablado así el anciano. Pero él rogará sin cesar por tu alma». De este modo quedó curado el corazón de la buena mujer y volvió a su casa llena de alegría. 9. Dijo el abad Evagrio: «Arranca de ti las mú ltiples afecciones, para que no se turbe tu corazón y desaparezca la hesyquia». 10. En Scitia, un hermano vino al encuentro del abad Moisés, para pedirle una palabra. Y el anciano le dijo:«Vete y siéntate en tu celda; y tu celda te lo enseñará todo». 11. El abad Moisés dijo:«El hombre que huye del hombre es semejante a la uva madura; el que convive con los hombres, a la uva amarga». 12. El abad Nilo dijo: «El que ama la hesyquia permanece invulnerable a las flechas del enemigo; el que se mezcla con la muchedumbre, recibirá frecuentes heridas». 13. El abad Pastor dijo: «El origen de los males es la disipación». Dijo también: «Es bueno huir de las cosas corporales. Pues mientras uno está enfrascado en la lucha corporal, se parece al hombre que permanece de pie junto a un lago muy profundo: el enemigo le precipitará en él fácilmente en el momento que lo estime conveniente. Pero cuando se está lejos de las cosas corporales, se parece al hombre lejos del pozo; si el enemigo le arrastra para precipitarle en él, mientras tira de él con violencia, Dios le envía su ayuda». 14. Abraham, discípulo de abad Sisoés, le decía en cierta ocasión: «Padre, has envejecido, acerquémonos un poco al mundo habitado». Y el abad Sisoés le respondió: «Vayamos donde no haya mujer». Y su discípulo le contestó: «Fuera del desierto, ¿dónde existe lugar donde no haya mujer?». «Entonces, respondió el anciano, llévame al desierto». 15. Una abadesa dijo: «Muchos de los que esta ban sobre el monte perecieron, porque sus obras eran las del mundo. Es mejor vivir con mucha gente y llevar, en espíritu, una vida solitaria, que estar solo y vivir, en espíritu, con la multitud». 16. Un anciano dijo: «El monje debe siempre procurarse la hesyquia para que pueda despreciar las desgracias corporales, si llegan a producirse». 17. Uno contó: «Tres amigos, llenos de celo, se hicieron monjes. Uno de ellos eligió reconciliar a los que tenían pleitos, según lo que esta escrito: “Bienavent urados los que buscan la paz” (Mat 59). El segundo se propuso visitar a los enfermos. El tercero se fue a poner en práctica la hesyquia en la soledad. El primero, agotándose entre los pleitos de los hombres, no podía pacificar a todos. Desalentado se fue don de el que ayudaba a los enfermos y lo encontró también desanimado, incapa2 de cumplir el mandamiento divino. De común acuerdo fueron al encuentro del que se había retirado al desierto, y le contaron sus tribulaciones y le rogaron que les dijera a qué situación había llegado. Este quedó un momento en silencio, y llenando una copa de agua les dijo: «Mirad este agua»; estaba turbia. Y poco después añadió: «Mirad ahora cómo se ha vuelto transparente». Se inclinaron sobre el agua y vieron en ella su rostro como un espejo. Y les dijo: «Esto sucede al que mora en medio de los hombres: el desorden no le permite ver sus pecados, pero sí recurre a la hesyquia, sobre todo en el desierto, descubrirá sus pecados». Notas: (1) HESYQUIA: Tranquilidad, quietud, se a del alma pacificada, sea de la vida monástica en general, sea, finalmente, de una vida más solitaria dentro o fuera el cenobitismo.
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111. Se contaba del abad Arsenio que durante toda su vida, cuando se sentaba para el trabajo manual, tenía un lienzo sobre el pecho, a causa de las lágrimas que corrían continuamente de sus ojos. 2. Un hermano rogó al abad Amonio: «Dime una palabra». El anciano le dijo: «Adopta la mentalidad de los malhechores que están en prisión. Preguntan: 3. “¿Dónde está el juez? ¿Cuándo vendrá?” y a la espera de su castigo lloran. También el monje debe siempre mirar hacia arriba y conminar a su alma diciendo: 4. “¡Ay de mí! ¿Cómo podré estar en pie ante el tribunal de Cristo? ¿Cómo podré darle cuenta de mis actos?”. Si meditas así continuamente, podrás salvarte». 5. El abad Evagrio dijo: «Cuando estés en tu celda, recógete y piensa en el día de la muerte. Represéntate ese cuerpo cuya vida desaparece: piensa en esta calamidad, acepta el dolor y aborrece la vanidad de este mundo. Sé humilde y vigilante para que puedas siempre perseverar en tu vocación a la hesyquia y no vacilarás. Acuérdate también del día de la resurrección y trata de imaginarte aquel juicio di vino, terrible y horroroso. Acuérdate de los que están en el infierno. Piensa en el estado actual de sus almas, en su amargo silencio, en sus crueles gemidos, en su temor y mortal agonía, en su angustia y dolor, en sus lágrimas espirituales que no tendrán fin, y nunca jamás se rán mitigadas. Acuérdate también del día de la resurrección e imagínate aquel juicio divino, espantoso y terrible y en medio de todo esto la confusión de los pecadores a la vista de Cristo y de Dios, en presencia de los ángeles, arcángeles, potestades y de todos los hombres. Piensa en todos los suplicios, en el fuego eterno, en el gusano que no muere, en las tinieblas del infierno, y más aún en el rechinar de los dientes, terrores y tormentos. Recuerda también los bienes reservados a los justos, su confianza y seguridad ante Dios Padre y Cr isto su Hijo, ante los ángeles, arcángeles, potestades y todo el pueblo. Considera el reino de los cielos con todas sus riquezas, su gozo y su descanso. Conserva el recuerdo de este doble destino, gime y llora ante el juicio de los pecadores, sintiendo su desgracia y teme no caer tú mismo en ese mismo estado. Pero alégrate y salta de gozo pensando en los bienes reservados a los justos y apresúrate a gozar con éstos y en alejarte de aquéllos. Cuidare de no olvidar nunca todo esto, tanto si estás en tu celda como si estás fuera de ella, ni lo arrojes de tu memoria y con ello huirás de los sórdidos y malos pensamientos». 6. El abad Elías dijo: «Temo tres cosas: una el momento en que mi alma saldrá del cuerpo; la segunda el momento de comparecer ante Dios; la tercera cuando se dicte sentencia contra mí». 7. El arzobispo Teófilo, de santa memoria, d ijo al morir: «Dichoso tú, abad Arsenio, que siempre tuviste presente esta hora». 8. Se decía entre los hermanos que en el curso de una comida de hermandad, un hermano se echó a reír en la mesa. Y al verlo, el abad Juan lloró y dijo: «¿Qué tendrá en su corazón este hermano que se echa a reír cuando debería más bien llorar, puesto que come el ágape?». 9. El abad Jacobo dijo: «Así como una lámpara ilumina una habitación oscura, así el temor de Dios, cuando irrumpe en el corazón del hombre, le ilumina y le enseña todas las virtudes y mandamientos divinos». 10. Preguntaron unos padres al abad Macario, el egipcio: «¿Por qué tu cuerpo está siempre reseco, lo mismo cuando comes que cuando ayunas?». Y dijo el anciano: «Así como el madero con el que se manejan los le ños que arden en el fuego, acaba siempre por consumirse, así también cuando un hombre purifica su espíritu en el temor de Dios, este temor de Dios consume hasta sus huesos». 11. Los ancianos del monte de Nitria envia ron a un hermano a Scitia, al abad Macario, para rogarle que viniese donde ellos estaban. En caso de que él no viniera, que supiese que iría a verle una gran muchedumbre, pues querían visitarle antes de su partida hacia el Señor.
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