El concepto de lo político*. Dolf STERNBERGER. Comprender lo político es evidentemente la tarea y la constante aspiración de la Ciencia Política.

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63Capítulo 4 El concepto de lo político* Dolf STERN BERGER Comprender lo político es evidentemente la tarea y la constante aspiración de la Ciencia Política. Esta se ocupa ininterrumpidamente por obtener en primer lugar un concepto de lo político, así como las ciencias naturales en ge -neral se esfuerzan por obtener un concepto de la naturaleza, las ciencias jurí- dicas un concepto del Derecho y las ciencias sociales un concepto de la sociedad. Si tuviéramos este concepto de lo político como un concepto completo o, lo que es lo mismo, como una teoría total Šesto es, como una visión completaŠ, habríamos comprendido lo político por excelen -cia, habría llegado la ciencia precisamente a su f inal. Un concepto tal de ninguna manera puede presuponerse mientras comenzamos a practicar Ciencia Política. Y tampoco nos vemos en condiciones de abrir nuestros esfuerzos cognitivos con una def inición, de la misma manera y con el * Este texto fue leído por el autor como discurso inaugural al asumir su cátedra en la Universidad de Heidelberg el 23 de noviembre de 1960; fue reproducido en Politikwissenschaft in Heidelberg. 50 Jahre Institut für Politikwissenschaft (Ciencia Política en Heidelberg. 50 años del Instituto de Ciencia Política ), editado por Arno Mohr y Dieter Nohlen, bajo el sello de la editorial universitaria Winter (Heidelberg, 2008: 111- 119), a quienes agradecemos su amable autorización para realizar y publicar esta traducción.

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64mismo sentido con el que se delimita un campo con estacas y mojones antes de trabajarlo, ararlo y cultivarlo, y permanece todo el tiempo uno y el mismo campo, bien delimitado y fidef inidofl. Puede parecer así mismo tan atrevido como inútil el querer proceder de esta manera: en qué tan alta estima en ocasiones haya podido estar o quizás hoy en día aún esté el def inir de antemano y preparar una nomenclatura, con la cual más tarde se deba trabajar en la investigación como con un instrumental o con cu – biertos. Todos conocen ese momento típico en las discusiones, cuando algún participante exige a otro: fi¡Di primero lo que quieres decir cuando empleas esta expresión (como por ejemplo ‚lo político™), def ine lo que entiendes o quisieras entender con ello! Después desearemos ver si nos encontramos pisando el mismo suelo para luego seguir hablandofl. Este es siempre un momento preocupante, incluso peligroso, me parece, y la situación embarazosa que no rara vez se genera con esta exigencia tiene sus buenas razones. El peligro es que en el mismo momento la aspiración compartida por ambos participantes, es decir su esfuerzo común por lle -gar al conocimiento del objeto desconocido, se rompa; que uno se aparte de esta razón y de esta meta del pensamiento, para practicar en seguida un juego con conceptos artif iciales y caer al vacío. No dig o que así deba ocurrir, pero puede suceder de esta manera y uno ya lo ha experimentado suf icientemente. Sin embargo, el propósito de esta conferencia es trazar un concepto de lo político o Špara denominar con más exactitud a tal propósito, pero a la vez de manera más sencilla y con menos pretensionesŠ: hacer un in – tento de comprender a lo político. Si ustedes me permiten expresar el ca -rácter lógico de este intento nuevamente con una parábola, quisiera decir que se asemeja a un juego en el que una piedra o una lanza son arrojadas con fuerza y los jugadores corren enseguida tras ellas para alcanzarlas. El terreno puede ser intransitable, la maleza y las zanjas pueden dif icul tar la carrera, los corredores pueden ir en zigzag, cambiar de dirección, perder de vista el punto predeterminado e incluso al f inal er rar el blanco. Este es el riesgo que corre todo aquel que emprende tal jugada. Es inevita -ble. Sólo podemos conf iar que en este experimento del pensamiento los buenos espíritus de los antepasados Šque son, en este caso, los autores clásicos de la teoría políticaŠ nos escolten y nos lleven de la mano. Si recolectamos todo lo que se encuentra en el mundo bajo el nombre de lo político, lo que también se puede describir y ordenar en un siste -ma empírico, entonces seguramente necesitaremos primero mencionar a los Estados, luego las relaciones de los Estados entre sí, el tejido de

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65sus alianzas y uniones, la formación de zonas y bloques, incluso las mu -tuamente enemistadas, las organizaciones internacionales y supranacio -nales, por lo demás en el interior de los Estados cuando se les compara entre sí, las formas de gobierno, que son diferenciadas por los antiguos escritores según el número y forma de las personas participantes y según el carácter y la duración de la dominación, y que nosotros entre tanto nos hemos esforzado en diferenciar y en ordenar según otros criterios, por ejemplo según las razones a partir de las cuales se sigue un cierto convencimiento acerca de la legalidad o legitimidad del orden y de la do -minación correspondientes (como lo intentó, por ejemplo, Max Weber), y a la vez según las maneras en las que están acostumbrados a garantizar tanto la continuidad como la correspondiente forma de gobierno y tam -bién la acción estatal concreta, o cómo intentan establecer nuevamente dicha garantía, es decir, cómo emprenden la solución del problema de la sucesión . Esto, si es que ha sido percibido en general como un problema fundamental de la existencia estatal, y si no, la carencia de dicho cono -cimiento y la falta de una regla fuerte o también la inutilidad fáctica de las fuerzas constitucionales organizadas para cumplir con las reglas es -tablecidas, precipitando al Estado en crisis periódicas (de sucesión, de gobierno, constitucionales) hasta el extremo del colapso y hasta el peli -gro de desf igurar la identidad del Estado Šel cual puede ser observado en diferentes formas no tan solo en el antiguo Imperio, sino también en nuestro mundo estatal contemporáneo, y también, sí, como se presenta en nuestra muy propia experiencia alemanaŠ. Nosotros diferenciamos las formas de gobierno y los sistemas de go -bierno también de acuerdo a si los órganos directivos se encuentran en una relación de responsabilidad, tanto entre sí como frente al gobierno, y de qué manera ocurre esto, ya sea sólo una relación de responsabilidad meramente formal o verdadera, que se establece cada vez en el camino de la aproximación, o si la dominación o la dirigencia se ejerce irresponsa -blemente. En este último caso tenemos que tratar de reconocer con qué medios se mantiene dicha dominación irresponsable, y tenemos también que esforzarnos igualmente por penetrar en el secreto de cómo se ha logrado o forzado la aprobación de los gobernados o dirigidos, etcétera. He querido citar solamente ejemplos de estos criterios Šde la legi -timidad, de la continuidad, de la responsabilidadŠ como de manera científ ica pueden ser útiles para distinguir y ordenar Estados de acuerdo a su naturaleza interna o a su Constitución real viva Šy tal Constitu -ción viva hay que atribuirla por lo visto a aquellos Estados o estruc –

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66turas de dominación que ni siquiera tienen una Constitución escrita e incluso a aquellos que poseen una Constitución escrita pero que la des -acatanŠ. Quisiera ahora mencionar únicamente algunos parámetros Š aunque ciertamente signif icati vosŠ de dicha diferencia y orden, sin la menor pretensión de abarcarlos todos, puesto que en esta fase de nuestras consideraciones no se trata de proporcionar un catálogo de criterios y una presentación de un detallado sistema empírico de la doctrina constitucio -nal comparada. Más bien se trata solamente de examinar en cierto modo, con la superf icial idad que aquí es inevitable, la materia que, con el nombre de lo político, se encuentra tanto en el mundo pasado como en el presente y que se ofrece a nuestra percepción. Ante tal recolección, acumulación y disposición temporal de la materia, necesitaríamos sin embargo hacer mu -cho más. No sólo las formas de los Estados y sus relaciones y fusiones se nos imponen, sino también los fenómenos de la decisión candente, en tan -to que le corresponda ef icaci a pública y fuerza vinculante, ya sea por ca -pricho, por una intriga descontrolada, por la propuesta de algún cuerpo de consejeros o por la asesoría colegiada de gremios de mayor jerarquía, decisiones del poder de mando puramente imperial o dictatorial y deci -siones de consideración autoritativa y de certif icaci ón. Entonces, aquí se abre sobre todo a la observación y a la detección empírica un amplio campo, cuando la pregunta no se dirige tanto al carácter específ ico de la decisión sino más que nada a los alrededores de aquellas fuerzas sociales que, bajo las condiciones de un determinado sistema de una Constitución viva, intentan conseguir o contribuyen a que ciertas decisiones concretas se tomen así y no de otra manera: sean por ejemplo decisiones electora -les, sean decisiones legislativas o también judiciales, sean decisiones admi -nistrativas, militares o de política exterior. A la luz de estas preguntas, no sólo se planearán órganos formales del Estado tales como gabinetes, parlamentos, corporaciones de funcionarios, tropas y grupos de electo -res, sino que uno debe buscar penetrar también en la penumbra de la formación de la voluntad interna de partidos, grupos de interés y otras asociaciones sociales, y además tomar en consideración los centros de la opinión responsable, a decir verdad fipúblicafl, así como no perder de vista el más impreciso vaivén de las opiniones y voces, tanto de los que desean ser activos como también de los que más soportan y toleran en una sociedad estatal. Este tipo de investigaciones constituye actualmente, en muchos paí -ses occidentales, una parte considerable de los estudios políticos; ade -más de los antiguos métodos de la observación y de la descripción han

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67aparecido técnicas nuevas, especialmente cuantitativas, que en ocasio -nes por supuesto han sido sobreestimadas de acuerdo a la moda. F inal -mente, llama la atención del científ ico qu e observa el proceso de toma de decisiones la pregunta de cómo es que las decisiones tomadas por el gobierno, el legislador y los juzgados (por ejemplo, también nuestro Tribunal Constitucional [el autor se ref iere al T ribunal Federal Cons -titucional alemán, nota del traductor]) en los hechos son aceptadas o cómo son impuestas, si encuentran apoyo u obediencia, en lo cual la publicidad no juega siempre un menor papel que la presión, premios y privilegios igualmente juegan un papel como las sanciones. El observa -dor imparcial especialmente del Estado constitucional liberal moderno opondrá al rudo distintivo que dio Max Weber al Estado Šque estaría caracterizado por medio del fimonopolio de la aplicación legítima de la fuerzaflŠ las tan diferentes características esenciales de la lealtad vo -luntaria y del respeto razonable o bien las tendrá que hacer a un lado de la lealtad y del respeto, que no solo están en deuda con la comunidad y sus órganos, sino que en medio de todas las luchas de intereses también en esta época del fi pressure fl se pueden manifestar. En este lugar alcanza la enseñanza de la toma de decisiones y de las acciones otra rama de tal sistema empírico, hasta ahora sin embargo menos cuidadosamente cul -tivada, a saber: la ética política. Entre los tres grandes campos bajo los cuales se pueden agrupar los fenómenos que aparecen con el nombre de lo político, es la teoría de las formas de gobierno la que puede gloriar -se de la tradición más digna, pues fue fundada por Aristóteles; en ella quisiera yo también ordenar las descripciones de Estados individuales, de las cuales hay ejemplos signif icati vos tanto en el pasado como en el presente (¡Recordemos solamente el trabajo de Tocqueville sobre la de -mocracia en América!). La investigación de las decisiones y de su origen parece experimentar en los países liberales de Occidente su más amplio desarrollo, sobre todo cuando pensamos en la abundancia de estudios sobre partidos y sistemas de partidos, sobre elecciones y electores, sobre grupos de interés, sobre procedimientos legislativos individuales, que en su mayoría se inscriben en este ámbito. Sobre la ética política, que tam -bién se puede extender hacia la exposición de las costumbres jurídicas públicas, se pueden citar a decir verdad sólo algunas aportaciones aisla -das de autores antiguos y recientes; aquí me parece, entretanto, que una explicación más clara es necesaria. Pero permítanme ahora recordarles, damas y caballeros, que no he asumido esta simple enumeración de fenómenos sólo porque sí, y este

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68esbozo rápido de un sistema empírico, en el que quizá podría ordenar -se, tampoco lo he trazado sin razón alguna. Esto ocurrió debido a una mirada alrededor, en el fondo sólo con el f in de hacer palpable que toda esta aglomeración, que toda esta distribución de los fenómenos que se encuentran bajo el nombre de lo político, no está en condiciones de apor -tarnos un concepto de lo político como tal y en general tampoco de llevar -nos al menos un paso adelante. Sin importar cuánto tiempo y qué tanto quiera uno en este sentido seguir avanzando e investigando, el gran acer -tijo se mantiene sin hallar respuesta en cuanto a qué es en verdad, en el fondo, lo que caracteriza a estos fenómenos como fenómenos políticos , a qué es en verdad lo que los hace fenómenos. O cuál es el lazo que liga a las estructuras y procesos empíricamente ordenados y clasif icados , a las cos -tumbres y posturas y formas de ascenso, de tal manera que se vuelven re -conocibles como un único y característico objeto de los esfuerzos cien -tíf icos; o de tal manera que los disjecta membra , como bajo el aliento de un reanimado espíritu, se unen y se hacen de un sentido universal. 1 Bien podríamos otra vez revisar y mantener iluminados todos los principios y criterios del orden empírico que hemos mencionado antes y deberíamos al f inal de cuentas admitir que ninguno de ellos individualmente es filo políticofl: ni la moral, ni la decisión y ni siquiera el Estado mismo con su legitimidad, su identidad, continuidad y autoridad. No: tampoco el Esta -do, aunque algún antiguo diccionario haya def inido a l a fiPolíticafl como fiarte del Estado fl o fiprudencia del Estado fl y al fiPolíticofl como el fiartis -ta del Estado fl y fihombre de Estadofl, y aunque sobre todo y de manera muy llamativa la inmensa mayoría de los grandes libros clásicos de la Ciencia Política en los hechos tratan casi exclusivamente del Estado, de la Polis y de la Politeia Šcomo Platón y AristótelesŠ, De re publica Šcomo CicerónŠ, del dominio de los príncipes Šcomo Tomás de Aqui -no y muchos más, como Niccolò MachiavelliŠ, de la Commonwealth o comunidad Šcomo Thomas Hobbes, quien le conf irió el c rudo nombre de Leviathan , del Civil Government o gobierno civil o burgués Šcomo John LockeŠ, de las leyes y de su espíritu Šcomo MontesquieuŠ, pues la validez de las leyes se mantiene a pesar de todo en el ámbito del Estado y 1 Disjecta membra o, mejor: disiecta membra es una locución latina que signif ica fimiembros dispersosfl; se encuentra por primera vez en las Sátiras (1, 4, 62) de Horacio (Quintus Horatius F laccus, 65 a.C .-8 d.C.), en el sentido de la dispersión de las partes que originalmente estuvieron orgánicamente bien ordenadas (nota del traductor).

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70también las diferentes partes de aquel sistema empírico, del cual ya había yo hablado, su correspondiente sentido y su conexión interna: el estudio comparado de las formas trata de los tipos en los que la paz ya sea por dominación o por acuerdo se hacen o se harán realidad en el Estado, la comunidad y la Constitución, pero en los que no obstante puede verse en peligro, ser traicionada, quebrarse, perderse o tergiversarse. La inves -tigación de las decisiones de gobierno rastrea las fuerzas que en un caso agudo ya sea con voluntad o con tolerancia, también en competencia, en contraste o en mutua resistencia colaboran en la paz, y al mismo tiempo los medios y los métodos que en ello son aplicados por los participantes hasta que la decisión vinculante sea tomada; la descripción de las cos -tumbres políticas f inalme nte busca distinguir las formas de proceder que los factores de las correspondientes vidas constitucionales se han acostumbrado a seguir (o que, en caso de violación, se nieguen a seguir), para regular pacíf icame nte las diferencias, esto es, para establecer un Consensus práctico. A la luz de un concepto tal de lo político, muchas dif icul tades se disuel -ven. Sobre todo se vuelve claro en los hechos por qué el Estado, ante los ojos de tantos autores clásicos, ha podido, incluso ha debido reclamar una posición central: el Estado como el modelo de lo político, la comunidad bien hecha, bien lograda, especialmente como el lugar y la comarca de la paz realizada. Además, en este carácter deben incluirse las disciplinas de la Política Exterior, de las Relaciones Internacionales y de la Política Mundial, que tan frecuentemente llevan una existencia propia muy ex -traña, cuya necesidad pragmática ciertamente se impone Šespecialmen -te en nuestra época de la política mundial concreta y de las organizacio -nes e integraciones internacionales y supranacionalesŠ, cuyo estudio, empero, en muchas ocasiones discurre curiosamente desligado del estu -dio de los objetos tradicionales, o mejor dicho: clásicos, de la política. La antigua paz de la ciudad y del burgo, la paz pública, la paz imperial de los imperios históricos Šla Pax Romana , la Commonwealth of Nations británi -caŠ, las frágiles construcciones y manipulaciones diplomáticas, garanti -zar la paz de complejos sistemas de Estados, y sólo menciono el concepto del fiequilibrio europeofl, al que ha seguido y acompañado, en nuestros propios días y en dimensiones totalmente distintas, la percepción de paz del fiequilibrio del miedofl o de la fiintimidaciónfl, fundada esencialmen -te en lo técnico-militar y que es por supuesto en sí misma paradójica. Todo esto se ajusta, como perteneciente al concepto de lo político, no sólo al sistema empírico, sino también precisamente al normativo. La

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71paz es el fundamento de lo político, la paz mundial se convierte en el fundamento y en la tarea de la política mundial. En este sentido, sin em -bargo, la guerra es Šcon el signif icado de aquella famosa def inici ón de Von ClausewitzŠ un medio político, y por lo tanto también un medio para establecer o para defender la paz. La guerra, que no se emprenda por la paz, tampoco será un medio político, sino algo muy distinto. Si la guerra, bajo las actuales condiciones técnicas, aún puede ser un medio político, no puede discutirse aquí. Muchas dif icul tades se resuelven con este experimento del pensamiento para comprender lo político; pero aquí me apresuro a añadir que, en el mismo momento, nos acometen una gran cantidad de nuevas preguntas, objeciones y aporías. Si bien no estoy en condiciones de descubrir otro problema tremendo en demasía en aquellos fenómenos sobre los que Carl Schmitt advertía con tanto celo desde hace treinta años en su escrito, rico en conclusiones, sobre fiel concepto de lo políticofl. Me parece tan poco posible entender la esencia del Estado a partir de la proscripción y de la guerra civil como lo sería explicar la esencia del matrimonio desde el divorcio. Por cierto, el mis -mo Carl Schmitt ha admitido, honradamente, que (cito) fila capacidad de un Estado normalfl consiste sobre todo, en el interior de su territorio, en proporcionar fiuna pacif icaci ón íntegrafl Šsólo que aquí encontraba este autor más gusto en la excepción que en la norma, más en el hecho que en el consejo y también más en la enemistad que en la amistadŠ (en el último punto su teoría sólo articula, a decir verdad, lo que nuestra des -dichada Constitución Fundamental de la República de Weimar ha sido). 2 Tampoco me parece que tenga un buen sentido, ni en la práctica ni en la sabia teoría, clasif icar al m undo en amigos y en enemigos si uno no sopesa o bien si deja sin debatir con qué objetivo o f inalidad esto ocurre. Quizá nunca ha tenido un buen sentido, pero hoy quizá lo tenga menos que nunca antes. Lo político en la paz no signif ica qu e haya rompimien -tos de la paz, destructores de la paz, enemigos de la paz y declaraciones sin paz, sino que lo político en la paz es la paz misma. Estas no son, ciertamente, las dif icul tades verdaderamente nuevas que se nos presentan tan pronto como emprendemos la carrera por el 2 En la historia de Alemania, se conoce como fiRepública de Weimarfl a la época comprendida entre la proclamación de la República (9 de noviembre de 1918) y el nombramiento de Adolf Hitler como Canciller Imperial (30 de enero de 1933). El nombre proviene de la ciudad de Weimar, en donde sesionó por vez primera el Congreso Constituyente (nota del traductor).

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72terreno que nos separa de la meta del atrevido lanzamiento. Empero, bien puede levantarse en seguida con poder la auténtica, inmensa pre -gunta de qué es en verdad la paz. Cómo se verá aquella paz que es po -sible a los hombres y que les sea valiosa. Cómo la falsa paz de la mera complacencia frente al que transgrede la paz se puede mantener alejada a partir de la def inici ón de lo que desde 1938 se denomina appeasement (a diferencia de peace ), pero que ya Machiavelli (en el tercer capítulo de Il Principe ) describió acertadamente con otras palabras como un pura fidilación de la guerrafl. Y como la otra falsa paz de la represión violenta pueda distinguirse de la norma válida, que a su vez no es otra cosa que posponer la guerra. Lógicamente es sumamente ilustrativo lo que un signif icativo escritor político de la alta Edad Media, Marsilius de Padua, ha aportado a la def inici ón de las normas de paz: los frutos de la paz se opondrían a los daños de la lucha, por lo que deberíamos desear la paz, y si no lo lográsemos, tendríamos que aspirar a ella, y si ya la hubiésemos obtenido, conservarla: litemque oppositum omni conamine repellere debemus ( y lo contrario, el conf lict o, debemos rechazarlo con todos los medios). Parece, digo yo, totalmente lógico hacer resaltar lo anterior, pero va más allá de lo humanamente posible en la acción y engaña al entendimiento. Permítanme presentar brevemente la tesis de que no es la esencia de la paz rechazar y excluir el conf lict o, ni siquiera abolirlo, sino mejor dicho regularlo. Por supuesto que también debe mediar cuando y donde esto pueda funcionar y que se encuentre una instancia ante cuya sentencia ambas partes estén dispuestos a someterse; esto es Šjunto a la seguri -dad de un mínimo de consensoŠ una función primordial del derecho y del juez inclusive dentro de la esfera política, tanto estatal como inter -nacional. Pero la conciliación es, no obstante, tan solo un caso especial imprescindible de una regulación del conf licto o, como también podría decirse, de hacer más civilizada la disputa. Las Constituciones más fe -lices de la cultura política europea no han ni reprimido ni erradicado el conf licto Šque en las grandes contradicciones sociales o está ya f ijado o estalla peligrosamente en su interiorŠ, sino que lo ha asimilado como un efectivo elemento vital permanente; estas Constituciones han institu -cionalizado la solución de conf lict os. Así, la República romana se aferró de manera sorprendente pero en verdad ingeniosa a las contradicciones sociales de los patricios y de los plebeyos Š ces divisions, qui fûrent toujours dans la ville (como dijo Montesquieu)Š, 3 erigiendo el tribunado con su 3 La cita proviene de la obra Considérations sur les causes de la grandeur des romains

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73oposición of icial al consulado, para bien de la paz interna. Y así, el Par -lamento inglés integró en su seno, sucesivamente, las contradicciones sociales de los Cavaliers y de los Roundheads ,4 luego las de los terrate -nientes y de los comerciantes burgueses y después las contradicciones de la burguesía fusionada y de la recientemente organizada clase obrera industrial, llevándolos, siempre con soluciones nuevas, a un equilibrio, a una paz, en un no menos ingenioso juego contrastante e interactuante de mayoría y minoría, de partido en el gobierno y de partido de oposi -ción: una institución estatal permanentemente elástica y dinámica sobre un substrato social cambiante. También la doctrina fundamental del más nuevo constitucionalismo, la teoría de la división de poderes Šque en el fondo, de cierto modo, sólo renueva desde el otro extremo la antigua enseñanza de la Constitución mixtaŠ puede entenderse en su último sentido político sólo desde la intensión de regular funcional e institucio -nalmente el conf lict o inevitable de los fipoderesfl que compiten social -mente. En la conciliación debe reinar la justicia, en el conf lict o civilizado debe mantenerse el aliento vital de la libertad, pero en la relación viva de los cargos y de las instituciones debe diariamente de nuevo ganarse la paz y precisamente de esta manera debe mantenerse siempre. Esto vale para la mejor Constitución política. Pero en lo que toca a la vida del pue -blo, a las relaciones internacionales o a una Constitución mundial, debo pedirles a ustedes Špuesto que no es posible, ni necesario, ni tampoco fructífero, discutir todo en una horaŠ, me permitan conformarme y ayudarme con una cita, que de todas maneras indica la dirección nece -saria tanto del pensamiento como de la acción: fiLa verdadera política debe ocuparse permanentemente de la gran tarea de dirigir y ordenar las relaciones de los Estados entre sí de tal manera que se guarde la seme -janza más elevada posible con el estado de una Constitución civilfl. La frase está en un escrito de Friedrich Gentz 1800. A mí me parece que todavía vale. et de leur décadence (1734); es el título del capítulo VIII: fiEstas divisiones, que estaban aún (presentes) en la ciudadfl (nota del traductor). 4 Durante la Guerra Civil en Inglaterra (1642-1649), los partidarios del Parla -mento eran llamados fi Roundheads fl (fiCabezas redondasfl), mientras que los parti -darios del monarca Carlos I eran los fi Cavaliers fl (nota del traductor).

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